Como hablar con otros que piensan distinto
En este Ted Talk, que dura 15 minutos, Guadalupe Nogués nos recuerda la importancia de saber conversar. Recuperar nuestra capacidad de dialogar es esencial para una sana convivencia.
Cómo usar la comunicación no violenta en tu vida.
Cuidar nuestro lenguaje verbal o no-verbal es importante. En esta entrevista la psicóloga Pilar de la Torre habla de la Comunicación no Violenta: ¿Cómo expresar un límite o una opinión diferente sin provocar malestar en el otro?
¿Querer es poder?
Algunos dichos populares denotan una sabiduría que surge de las experiencias más vitales, y manifiestan aspectos de la realidad con gran clarividencia, otros, en cambio, a pesar de que integran nuestro imaginario colectivo, y que nos configuran, no necesariamente presentan una visión realista de la realidad. La expresión “querer es poder” es para mí un ejemplo claro de este segundo tipo de dichos populares. ¿Por qué? Esta expresión lleva implícita una noción prácticamente absoluta de la capacidad de la voluntad humana, como si la fuerza de voluntad, el empeño, la dedicación y el esfuerzo, la constancia, permitieran al ser humano alcanzar cualquier cosa que se propusiera siempre y cuando pusiese en ello el brío suficiente. Se olvida de esta forma que el ser humano es, ante todo, un ser limitado. Esto no es ni bueno ni malo, es nuestra forma de ser. Con esta reflexión no quiero negar la importancia de la voluntad, todo lo contrario, ésta es importantísima y necesaria para cualquier acción que emprendamos, es una energía que nos pone en movimiento y en muchos casos, nos lleva a metas que nos parecían inalcanzables a nosotros mismos, pero no nos lleva más allá de nuestro propio límite. A veces realmente querer es poder, pero en otros casos no lo es de forma alguna. La imaginación, la creatividad se mueven en esta frontera del límite. Podríamos decir que estiran la realidad lo más posible, hasta tocar la frontera de lo real y posible, pero no la pueden cruzar. La ciencia, y en la actualidad la tecnología, pueden ser un caso paradigmático de esto que estamos diciendo. Los avances, que además, siguen un ritmo vertiginoso, lo cual puede generar una especie de espejismo que lleve al ser humano a convencerse de que siempre querer es poder. Cuando apareció la televisión los más ancianos no llegaban a comprender cómo se habían podido meter aquellas personas allí dentro. Ahora esta perplejidad nos arranca una sonrisa. Pero la perplejidad ante la complejidad no nos puede hacer perder de vista la realidad del ser humano. Hace unos años, el teólogo Martín Gelabert en un artículo titulado “Las religiones, inspiradoras de humanización”, afirmaba que «todas las religiones, si son auténticas, son humanizadoras»; y continuaba manifestando que «Si las religiones son inspiradoras y promotoras de humanización, entonces es claro que lo humano es criterio de la buena religión. En la búsqueda de lo humano es donde las religiones pueden encontrarse entre ellas y donde pueden ofrecer un criterio objetivo de su bondad a las personas no religiosas.» Del artículo del teólogo valenciano quisiera destacar lo humano como criterio de autenticidad (o de buena religión) y como lugar de encuentro, no sólo entre las religiones, sino también, añadiría yo, para el diálogo fe cultura, y en concreto con la ciencia (y la tecnología que se desprende de la misma), puesto que cuando un creyente mira la creación, mira la misma realidad que el científico, aunque sea desde perspectivas diferentes y con aberturas diferentes, puesto que el ser humano religioso no entiende esta realidad presente como definitiva. Sin embargo puede ser más difícil ponernos de acuerdo en lo que significa lo humano, o aquello que promueve la humanización. Intentemos esbozar algunos criterios. El primero ciertamente puede ser el límite. Desde la tradición judeocristiana se entiende el ser humano como creado, y en este sentido la creaturalidad del ser humano nos remite a Dios. El ser humano es creado y sustentado por Dios. Sin embargo, el límite no es una noción que se desprende de la religiosidad, sino que el límite pertenece a la raíz más profunda del ser, del ser humano, puesto que toda persona es, pero podía no haber existido nunca. No es un dato revelado, sino un dato ontológico. El ser humano es un ser radicalmente frágil existencialmente, y social por naturaleza. La ciencia nos aporta por un lado conocimiento, es decir nos ayuda a comprender la realidad, nuestra realidad, esa misma que es tocada por la mirada creyente y por la mirada científica. Pero una realidad que es limitada y que por ello es contemplada por una mirada que a su vez también lo es, por ello hay que asumir y aceptar con alegría que la realidad siempre tendrá para nosotros una dimensión de misterio. Por otro lado, la ciencia nos proporciona mayores cotas de bienestar, por lo tanto, una ciencia que sea una buena ciencia, es decir impulsora y promotora de humanización tiene que proporcionar un bienestar inclusivo y nunca exclusivo, o pero aún, excluyente, pues si lo fuera no sería verdaderamente humanizadora. En la búsqueda de lo humano, partiendo de la aceptación del límite y por lo tanto de la dimensión de misterio que la realidad tiene, y desde una perspectiva inclusiva puede haber un diálogo fructífero entre la fe (las religiones) y la ciencia, para que ambas promuevan una sociedad más humanizadora. Gemma Manau Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría: Pliego nº 129 (pliegotante.blogspot.com)
Queloide
Buscar paz en el diccionario digital de La Real Academia Española da muchos resultados, de ellos me inclino por «Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos». Esta idea de paz es uno de los tantos deseos que vienen a mi mente cuando abordo la relación entre República Dominicana y Haití. Para poder trabajar con herramientas pacificadoras, se hace urgente ir al centro de las problemáticas. En el caso de la relación entre ambos lados de la isla antillana de Quisqueya, debemos observar los constantes discursos de odio orquestados por grupos políticos y familias adineradas. Discursos con un deseo de tirar más hacia una santificación de lo blanco y demonizar todo aquello conectado con lo africano. Esos discursos llevan siglos trabajando el imaginario de los dominicanos hacia los haitianos y levantando un muro de resentimiento por una historia manipulada por los grupos de poder. Una historia que lleva tiempo creando queloides en ambos lados. Eller (2016: 71) expone en su libro que «Un pequeño grupo de escritores suplantó todo con una leyenda obsesionada por el heroísmo de un solo hombre, rubio y de ojos azules, quien apenas había estado en territorio dominicano durante esas décadas: Juan Pablo Duarte». Su libro Soñemos juntos presenta una amplia investigación que entre los muchos datos que da, muestra a la élite dominicana abrazando la supremacía blanca y acusando a Haití de todos sus males desde una visión racista. La exposición Queloide presentada en Tangent Projects (Barcelona, 2022) y curada por Paloma Chavez Muente, finalizó el viernes 27 de mayo y propone desde las artes una reflexión a la memoria histórica que conecta ambos países. Con bordados, fotografías, collage, instalación audiovisual y performance, la exposición teje un imaginario colectivo que nace de la persecución y masacre de la población haitiana y dominicanos negros en la República Dominicana en 1937. Las obras reflexionan sobre las heridas, de las que permanecen bajo la piel y de las heridas que deben salir a la superficie para ser sanadas. La masacre de 1937, también conocida como «el corte», es un momento trágico para la historia de ambas naciones. Es un tema que necesita ser abordado desde la perspectiva de otredad, territorio y debates de política actual. Como artista, me quedo con una pregunta dirigida a la isla desde esa herida de la masacre: ¿Quién puede soñar? Thelma VANAHÍ Fuente: https://www.revistare.com/2022/06/queloide/
Nosotros y el Metaverso
Nosotros y el Metaverso Estamos a punto de entrar en una fase nueva de lo que llamamos “sociedad digital”, que inició con la creación de Internet y se popularizó a finales del siglo XX, y que ha avanzado a toda velocidad en el XXI ampliando su alcance y sofisticación. Las redes sociales, los satélites, la geolocalización, las compras digitales… todo ello y mucho más revoluciona la vida de más de medio planeta. Pero dentro de esta sociedad digital existen ámbitos en particular desarrollo, como el de los videojuegos, cada vez más sofisticados y con cientos de millones de usuarios. O las criptomonedas, que generan un creciente movimiento de dinero de manera completamente no-física, sino únicamente digital. O el “internet de las cosas”, un entramado de dispositivos personales que interactúan entre sí, como relojes, zapatillas, camisetas, cámaras ciudadanas, puertas, televisores, frigoríficos, lavadoras, automóviles, etc. Un verdadero tejido digital que configura la vida física de cada uno de nosotros. Más allá de la cuestión sobre los algoritmos y quién gestiona nuestros datos -un tema crucial de nuestro tiempo-, vemos que se está intensificando una línea de gigantescas inversiones sobre lo que empezó como “realidad virtual». Mark Zuckerberg, creador de Facebook, ha cambiado el nombre de su empresa y la ha llamado Meta. De Metaverso. El llamado “metaverso” (de “meta” o “más allá” y “universo”), permitirá a millones de personas sumergirse en realidades paralelas en tres dimensiones e interactivas, creadas digitalmente. Entraremos en entornos imaginarios o reales creados con gran detalle, a través de un sistema informático al que se accede no mirando una pantalla, sino interactuando por medio de unas gafas y otros dispositivos corporales, como guantes, zapatos, cinturones, que incorporan el movimiento de la persona y ésta se “mueve” en ese entorno, a través de un avatar o personaje, viviendo una experiencia totalmente inmersiva y envolvente. Podremos ser otras personas. O ser personajes imaginarios creados por nosotros mismos. Podremos visitar nuestra futura casa que aún no se ha construido, entrar en el sistema digestivo de un paciente, pasear por la antigua Roma y ver a Julio César, o conocer personalmente a Tutankamen, volar por el espacio sideral o ser aplaudidos por miles de personas en un estadio… Cualquier escenario real o ficticio estará al alcance de un clic. Cualquier personalidad y apariencia nos ocultará o expresará. ¿Cómo entender, qué priorizar, cómo educar en este contexto? Un desarrollo tan veloz como novedoso pone en cuestión todo nuestro modelo educativo, nuestro modo de entender a las personas y sus relaciones. El aprendizaje a través de transmisión oral interminable a personas pasivas queda totalmente desfasado. Y se requerirán en el futuro no sólo conocimientos, sino también y sobre todo habilidades y competencias humanas muy bien cimentadas. Por eso propongo ver todo este entramado con una mirada centrada en la persona, la familia y la comunidad físicas, y por supuesto la espiritualidad, además de la tecnología. A partir de ahí, entendiendo lo más posible al ser humano y sus características más propias, localizar los valores más importantes que debemos cultivar, siendo capaces al mismo tiempo de participar en la sociedad de nuestra época y más aún, darle sentido y crear ámbitos de convivencia. ¿Nos pasará lo mismo con la realidad virtual? Estamos a tiempo, en este naciente mundo llamado Metaverso. Por lo menos sigamos la pista y mantengámonos informados y alertas para entrar en esta nueva fase, para humanizarla y facilitar su mejor expresión educativa, con creatividad y valentía. Leticia SOBERÓN MAINEROFuente: https://www.revistare.com/2022/02/cinco-claves-para-vivir-en-la-era-metaverso/
Cosas que no se olvidan
Cosas que no se olvidan es el título de una de las películas del director de cine estadounidense Todd Solondz, conocido por sus sátiras oscuras y reflexivas sobre la sociedad. Transcribo una secuencia de la película: La escena muestra una típica familia de clase media americana dispuesta a compartir la cena. Uno de los hijos explica –para romper el ambiente de tensión que reina en la mesa, que en el instituto están estudiando el Holocausto. La madre se interesa por el tema y le pide al hijo que explique cuál es la opinión del profesor sobre el tema. El hijo explica que tienen que hacer una entrevista a algún superviviente de un campo de concentración; y pregunta a su padre si conoce alguno. La madre salta enseguida:–Tu abuelo es un superviviente.–¿Cómo el abuelo? Si él vino a América.–Bueno, vino a América huyendo de Hitler. Se salvó porque huyó. Si no hubiera huido, habría muerto en los campos de concentración, como su hermano y sus hijos. El hijo mayor, que todavía no ha abierto la boca dice:–¿Y él es un superviviente?–Sí, claro… tuvo que huir.–Superviviente habría sido el tío que fue al campo de concentración si hubiera salido con vida.–… Tu abuelo, y nosotros… todos somos supervivientes… Silencio. Ambiente tenso. El hijo mayor dice:–Pero, si Hitler no hubiera perseguido a los judíos, el abuelo no hubiera huido a América, y tú no hubieras conocido a papá…–Si no es por Hitler… ¡yo no nazco! El padre, atónito, lo echa de la mesa:–¡Vete! ¡Vete! ¡¡Fuera de la mesa!! (Tellingstories. Director: Todd Solondz. EEUU, 2001). Lo miremos desde el ángulo que lo miremos, somos históricos: somos seres que, para haber empezado a ser, hemos dependido de la historia. Como apunta Alfredo Rubio, co-autor de la Carta de la Paz dirigida a la ONU, “cualquier cosa distinta de las que incidieron en nuestro origen habría ocasionado que no existiéramos”. Esta evidencia, que se nos muestra tan clara y diáfana, para el padre de este adolescente, le supone un puñetazo de tal calibre que lo único que atina a decir es: “¡Vete! ¡Fuera de la mesa!”. Otra película, la Dama de Oro (Woman in gold. Director: Simon Curtis. UK, 2015), toca el tema de la Historia y la Memoria sobre el Holocausto a partir de los descendientes de supervivientes, aunque desde otro ángulo complementario: en este caso una anciana judía que vive en Los Ángeles reclama al estado austríaco la devolución del retrato de su tía judía Adèle Bloch-Bauer, pintado por Gustav Klimt y robado por el régimen nazi en Viena: en una escena que transcurre también en una mesa, en este caso en una mesa del proceso de mediación entre la anciana sobrina y el representante del estado austríaco, la reclamante le llega a decir al representante estatal que está dispuesta a renunciar a la propiedad del cuadro si el representante estatal reconoce el mal histórico causado a su familia y a los ciudadanos austríacos causado por el régimen nazi y las complicidades del estado austríaco con el nazismo antes y durante la segunda guerra mundial. Ante el intercambio de palabras sobre la historia y la memoria el resultado acaba siendo el mismo: ante la negativa del representante austríaco la anciana se siente expulsada de la mesa y acaba el proceso de mediación. La Carta de la Paz dirigida a la ONU, en su punto IV, señala que «es fructuoso conocer la Historia lo más posible. Pero vemos que no podemos volverla hacia atrás. Vemos, también, que si la Historia hubiera sido distinta -mejor o peor-, el devenir habría sido diferente. Se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos». Esto no quiere insinuar en absoluto que los males desencadenados por nuestros antepasados no fueran realmente males. Los censuramos, repudiamos y no hemos de querer repetirlos. La sorpresa de existir facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros. Si descubrimos la existencia como el mayor bien que poseemos –pues sin ella no puede darse ningún otro bien posible como la vida, el amor, la amistad, la libertad, la paz…–, y aceptamos que somos seres históricos, fruto de esta historia concreta, tal y como pasó y no otra… estaremos inmunizados contra cualquier resentimiento histórico que pudiera colarse al hacer un mal uso o abuso de la memoria [histórica]. Entonces, desearemos que nos muestren y enseñen nuestra historia de la manera más objetiva posible. La historia familiar, grupal, colectiva, nacional… los aciertos, errores, incluso las maldades y las injusticias… todo toma otro cariz cuando uno cae en la cuenta que sólo esta historia –y no otra– posibilitó mi existencia. Y, al mismo tiempo, con la certeza que no podemos cambiar los hechos históricos y centrados en el hoy podemos tomar conciencia de las potencialidades del presente: reconocer el mal causado tanto a nivel individual como del tejido social y explorar vías de reparación moral y material no cambian los hechos históricos pero pueden diluir resentimientos y cambiar creativamente el presente y, sobre todo, transformar a personas y pueblos para una convivencia más fértil y madura. La revalorización y el reconocimiento de las personas y los colectivos aparecen como ejes claves para enfrentar juntos y transformarse juntos en la gestión –en tiempo presente– de los hechos conflictivos, violentos o dañosos del pasado, como destacan reconocidos estudiosos de conflictos y de la mediación transformativa como Bush y Folguer (Barush Bush, R.A. y Folger, J.P. La promesa de mediación: cómo afrontar el conflicto a través del fortalecimiento propio y el reconocimiento de los otros. Editorial Granica, 1993). Hoy en día, ya nadie niega que es bueno y necesario conocer la Historia. Pero no por eso, tenemos que dejar de precavernos sobre los abusos que de ella se puedan hacer. Tzvetan Todorov, dice que estamos en una época en que los occidentales, y más concretamente los europeos, parecemos obsesionados por el culto a la
Pensamiento vs. algoritmos
Pocos ignoran que las redes sociales (una explosiva mezcla de brevedad, inmediatez, emociones y algoritmos) son un factor determinante en la polarización de nuestra sociedad. Si bien muchas de las ideologías, religiones o sensibilidades, tienen en sus autores de origen todo un fundamento lleno de matices, estos se van perdiendo progresivamente en aras de la brevedad cuando se expresan en redes sociales. Las afirmaciones, cada vez más reducidas y simples, van reduciendo la vida mental y social a un tablero en blanco y negro, en posturas que finalmente se vuelven irreconciliables y antagónicas. Ya no se dialoga intentando comprender al otro: se juega al pin pon de frases agresivas, con cada vez más virulencia. A esta polarización, que sin duda empobrece el pensamiento, hay que añadir la decidida tendencia de los proveedores de redes sociales a personalizar la publicidad. Lo hacen contabilizando con cookies nuestras visitas a sitios web, registrando el tipo de contenidos que consumimos, nuestros «me gusta» a ciertos autores, etc., y calculando con algoritmos qué nos gustaría recibir. De ese modo, nos van encerrando en nuestro propio ambiente, nos reducen a leer lo que ya creemos y pensamos. Así que cuando nos enfrentamos a otros puntos de vista, la sensación de extrañeza es cada vez mayor. La opción de salirse de las redes -cada vez más frecuente entre los personajes relevantes de la vida social- proviene precisamente de la fatiga que genera esa polarización. Es urgente aprender a pensar juntos ¿Significa esto que todos deberíamos darles la espalda a las redes sociales? A mi modo de ver, no necesariamente. Reducir nuestras horas de consumo, seguramente. Pero sí urge convertirnos en usuarios/ciberciudadanos que toman conciencia de esa dinámica empobrecedora: la simplificación y la autorreferencia. Necesitamos personas mucho más proactivas que decidan abrir espacios para el auténtico pensamiento en común. Nos enfrentamos a grandes desafíos. Desafíos que no son individuales, sino precisamente, sociales. Todos estamos implicados, tanto en los problemas, como en sus posibles soluciones. Es imprescindible que avancemos en estrategias que permitan a personas con sensibilidades, ideologías o religiones distintas, escucharse y entenderse mutuamente, que se abran a ponerse en la piel de los otros, aprendan a deliberar y decidir de manera corresponsable. El diálogo fecundo es un arte que se debe enseñar desde la infancia, porque implica la humildad de la razón: comprender que yo veo sólo una parte de las situaciones, y que puedo equivocarme incluso en aquello que veo. La humildad de la razón es la que nos permite admitir que los demás nos aportan algo, su visión puede completar o corregir la nuestra, y viceversa. Nadie sabe todo, todos sabemos algo, no hay nadie de quien no podamos aprender algo. Esta humildad ayuda también a sanar las emociones: se reduce la ira, la descalificación de los otros, y podemos empezar a empatizar con personas de otras «tribus» hasta comprender que la persona es más valiosa que sus ideas. ¡Podemos incluso empezar a ser amigos! Este aprender a pensar con otros debería empezar por los más cercanos, para luego abrirnos a los que nos quedan más lejos y los consideramos distintos y divergentes respecto a nosotros. La razón humilde nos permite dar esos primeros pasos. Pensar juntos, dentro y fuera de las redes, eligiendo las cookies que aceptamos, venciendo a los algoritmos y a nuestros propios sesgos de autoconfirmación, implica por supuesto un esfuerzo. Pero nuestra sociedad está hondamente necesitada de concordia y buen diálogo para conseguirla. Leticia SOBERÓN MAINEROPsicóloga y doctora en comunicación Fuente: https://www.revistare.com/2021/06/el-arte-de-pensar-juntos/
El arte de preguntar en los procesos de mediación
La técnica o intervención más usada por los mediadores en los procesos de mediación es la pregunta. Una de las razones fundamentales para su utilización es que genera protagonismo. Los mediadores no podemos dar consejos ni realizar propuestas (como lo hacen los conciliadores), y sólo en casos muy especiales podemos formular alguna sugerencia. Por ello el modo afirmativo es poco utilizado por los buenos mediadores. Nuestra tarea específica consiste en ayudar a los participantes de la mediación a reflexionar, ya sea sobre: el problema, los objetivos futuros que quieren alcanzar, la relación que tienen y la que desean tener con la otra parte, así como sobre los llamados «intereses propios» y los de la otra parte, a efectos que puedan tomar decisiones que les permitan salir de la situación conflictiva. Para poder realizar esta tarea es preciso que previamente «comprendamos» el punto de vista de los participantes. Dado que nuestra función no es juzgar, en la mediación no buscamos la verdad de los hechos o acontecimientos. Por esto la forma de preguntar en mediación es diferente de la que se utiliza en otras profesiones. Los mediadores no indagamos, repito, preguntamos para comprender y generar reflexiones. El arte de preguntar se basa en la posibilidad de escuchar y observar. El mediador debe estar sumamente atento a lo que dicen y cómo lo dicen, es decir a los componentes digitales —las palabras— y los componentes analógicos —comúnmente denominados no verbales— de la comunicación. Además es necesario también tener en cuenta el momento del proceso, ya que la misma pregunta puede resultar muy operativa al comienzo de la mediación y ser contraproducente si se realiza en la etapa final de la misma. Al comienzo de la mediación, los mediadores tenemos la intención de explorar la perspectiva de cada una de las partes. No deseamos producir modificaciones sino solamente comprender. Para ello utilizamos preguntas cerradas (que deben ser contestadas por sí o por no), abiertas (que tienen infinitas respuestas) y aclaratorias. Desde mi perspectiva es sumamente importante que el mediador «comprenda» la narrativa de cada uno de los participantes. Entiendo por comprender, no sólo entender con la razón lo que le están contando, sino también con el corazón. Esto ha dado lugar a las preguntas aclaratorias, que tienen como objetivo no dar por supuesto nada sino incentivar a las personas para que se expliquen con la mayor claridad posible. Para ello es preciso que nos centremos en las «palabras clave»: las negaciones, generalizaciones, ausencia de sujeto de la enunciación, ambigüedades, etcétera, y también en los cambios de la comunicación no verbal y en los dobles mensajes. Las aclaraciones que nos dan los mediados como respuesta a estas preguntas no sólo son válidas para que los comprendamos, sino que además, y quizá esto sea lo más importante, permite que la otra parte logre la comprensión del punto de vista de quien está hablando. Cuando este objetivo ha sido alcanzado, los mediadores realizamos nuevas preguntas pero nuestra intención en este momento es producir transformaciones a partir de las reflexiones que las preguntas generan. Con este objetivo utilizamos preguntas circulares, hipotéticas y reflexivas. Las preguntas circulares, fundamentalmente las llamadas «preguntas circulares de personajes» son sumamente útiles. Si bien ellas provienen del modelo narrativo, han resultado muy operativas también para el modelo tradicional de Harvard, cuando los mediadores que siguen este modelo necesitan que una de las partes reflexione sobre los intereses, opciones, criterios objetivos y M.A.A.N. (Mejor Alternativa al Acuerdo Negociado) de la otra parte. Si bien el formato típico de estas preguntas es «¿Qué piensa Ud., qué piensa él?», pueden realizarse diversas combinaciones no sólo con el «pensar» sino también con el hacer, sentir y decir, por ejemplo «¿Qué cree que haría él si Ud. le dice que no acepta esta propuesta?» La respuesta a esta pregunta lleva a que la parte piense en cuál es el M.A.A.N. del otro, sin necesidad de que conozca qué es lo que conceptualizamos con este concepto. El gran valor de este tipo de preguntas es que a quien se les realizan no puede contestarla en automático desde sí mismo, sino que es preciso que se ponga en los «zapatos del otro», y desde ese lugar las responda. No obstante la gran utilidad de las mismas, también presentan algunas dificultades, no sólo en su construcción, sino fundamentalmente para quien debe responderla, ya que exigen un alto grado de abstracción y un descentramiento de uno mismo para poder contestarla. O sea, las personas con un bajo nivel abstracción y aquéllas muy narcisistas, tienen dificultades a la hora de elaborar la respuesta. Las preguntas hipotéticas se utilizan fundamentalmente en el momento en el cual se están explorando las alternativas y opciones generadas en el proceso. Su utilidad radica en generar escenarios futuros posibles en los cuales el cumplimiento de lo propuesto puede generar dificultades y hacer que el acuerdo no sea sustentable. Son muy utilizadas cuando los mediadores actúan como «abogado del diablo» o «agentes de la realidad». Y por último, las preguntas reflexivas, son aquellas que los mediadores realizamos con el objetivo de producir reflexiones y las partes reflexionan. Esta clasificación es sólo a efectos didácticos ya que, si tenemos en cuenta que la pregunta-respuesta es la unidad comunicacional que he denominado pregunder (preguntar-responder), la pregunta es sólo una parte de esta unidad, la cual únicamente se completa con la respuesta del mediado. Esto lleva a que muchas veces en el hecho viviente de la mediación, uno realiza una pregunta aclaratoria, con el objetivo de explorar, y el participante con su respuesta la convierte en una transformadora, ya que le genera una reflexión sobre algún punto que él no había tenido en cuenta. Hay un principio básico que debemos respetar en nuestra calidad de mediadores: Siempre es necesario esperar la respuesta. Porque solamente a partir de ella podremos formular la siguiente pregunta. De este principio básico se desprende un corolario, también fundamental: sólo debemos realizar una pregunta por vez, pues cuando realizamos dos o tres preguntas seguidas generalmente los participantes responden a la última pregunta y muchas veces los mediadores creemos que nos han contestado las anteriores. Si queremos preguntar como mediadores
Interculturalidad no es comodidad
Lo irreversible del proceso de interculturalidad que vivimos se hace naturalidad en la vida de los jóvenes Afortunadamente la lengua está viva y seguimos creando conceptos a la par con nuestros cambios. Unas veces conviven palabras antiguas y conceptos nuevos con bastante soltura; otras, los sonidos resultan extraños y obsoletos. Por ejemplo, éste parece ser el caso de la indulgencia, concepto vigente al que conviene apelar a pesar de la reticencia que produce el sonido de la palabra. Y como ésta, muchas palabras más. En cambio, un concepto bastante nuevo, como es el de interculturalidad, combina bien con un sonido familiar a nuestros oídos, la palabra cultura. La interculturalidad es algo nuevo y que se renueva constantemente, porque se trata de la convivencia activa, de construir algo con lo que yo tengo y lo que tú tienes. Hoy, cuando las fronteras tienden a desaparecer y en vez de devaluarse la moneda nacional lo hace el petróleo, la interculturalidad es lo más normal del mundo. Por ejemplo, Occidente convive con el mundo árabe-musulmán; y los pueblos andinos, por su parte, habitan las costas hablando en una mezcla que conjuga los idiomas de las costas con los de la región andina, al tiempo que degustan sus propios platos junto con la «comida chatarra». La interculturalidad no tiene nada de comodidad, y no por ello es mala o fea (conceptos que están en cuarentena porque ya nada es tan absoluto). Convivir codo a codo con culturas, costumbres, convicciones muy diversas obliga a tomar partido. La tolerancia —concepto que hace menos de una década estuvo sobre el tapete—, hoy no sirve. Recordemos que tolerancia es sinónimo de soportar, ni siquiera es respetar; solamente soportar la existencia de algo que no me gusta. La tolerancia hoy por hoy es breve y transitoria, porque por obligación hay que tomar partido: o me inculturizo (me adapto y comparto cosas) o vivo contra el mundo que me resulta adverso, porque no me adapto a él (pero eso, por el momento, es una enfermedad, o varias). Antes —no hace mucho tiempo— los niños casi no contaban en las decisiones de los adultos; ellos tenían que aprender a adaptarse (a veces sobrevivir) a las decisiones —o a las no-decisiones— de los adultos; decisiones que configuraban el entorno en el que vivían. Sin embargo, hoy, los jóvenes toman parte en las decisiones y nos dan grandes lecciones. Su capacidad de aprendizaje y su poco aferramiento a las costumbres hacen que se den pasos en la convivencia intercultural que nos empujan a tener que sonreír al vecino: ¿cómo no hacerlo, si mi hijo se da besos con su hija? Pero el camino es largo: la dosis de profundidad para entender un beso requiere de muchos pasos previos, de respeto, de lectura, de observación y de silencio. Por eso, la inculturalidad —que también es un negocio, que responde a injusticias que obligan a las personas a irse de sus lugares de origen—, es, por sobre todas las cosas, un ejercicio de la libertad. Somos tan libres que podemos desarrollar nuestra propia vida con todo lo que el otro me muestra de la suya y eso, además, es profundamente bello. Elisabet JUANOLA Fuente: https://www.revistare.com/2018/12/interculturalidad-no-es-comodidad/
Vivir la adopción en la adolescencia
En los últimos años el concepto de familia se ha diversificado considerablemente y hoy en día se reconocen numerosos modelos. Así encontramos familias nucleares o tradicionales, numerosas, monoparentales, lesbianas o homomaternales, homoparentales, separadas o divorciadas, reconstituidas, migradas reagrupadas, transculturales o mixtas, adoptivas, de acogida y, en definitiva, cada una mira de encontrar su forma de relación. Pero ser diferente de la mayoría no siempre resulta fácil y por eso hoy escribimos sobre la realidad y la diversidad de uno de estos modelos, a partir de la experiencia en una de las acciones del Instituto Diversitas en los últimos cinco años. El origen de todo es mi propia vivencia personal de la adopción y la importancia que para nosotros ha tenido como familia, el apoyo total de nuestro entorno social en los buenos momentos y en los momentos más difíciles de crisis. La detección de la soledad que puede llegar a vivir una familia adoptiva, una vez superados los tortuosos trámites de la adopción y superada la luna de miel de los primeros meses, junto con el objetivo de la cooperativa de iniciativa social de la que soy cofundadora, han sido el detonante de los espacios de diálogo «Vivir la adopción en la adolescencia» «Un espacio donde compartir experiencias personales» El objetivo de este espacio ha sido, desde el primer momento, propiciar un espacio de diálogo y acompañamiento entre familias adoptivas, con hijos e hijas en edad adolescente o con esta etapa ya superada, a través de unas tertulias mensuales, donde se comparten las experiencias personales. Se ha creado un espacio en el que compartir experiencias de éxito, intentando romper dinámicas estancadas en el tiempo que a menudo dañan las relaciones entre los diferentes miembros de las familias. En Cataluña, desde el año 1998 y hasta 2016 se han producido alrededor de 14.200 adopciones de origen internacional. Muchas de aquellas criaturas son hoy jóvenes mayores de edad que, con voz propia, posibilitan hacer una valoración de los éxitos y fracasos de esta fórmula de vinculación familiar. Alrededor de las adopciones, como de otras realidades desconocidas para una gran parte de la población, hay ciertos estereotipos y prejuicios. A menudo se estigmatiza una medida que pretende precisamente, proteger los derechos de los menores, ya que a menudo la sociedad culpabiliza la adopción de comportamientos como el abandono escolar prematuro o las relaciones conflictivas. A partir de la experiencia de casi cinco años organizando y dinamizando tertulias donde las familias adoptivas y los propios jóvenes adoptados pueden expresarse abiertamente y sin juicios, podemos afirmar que lo que estas familias expresan, pone en evidencia la frecuente situación de soledad, la necesidad de acompañamiento, de reflexionar y aprender conjuntamente a gestionar y disponer de herramientas para apoyar a nuestros hijos e hijas ante numerosas cuestiones que han marcado las conversaciones de los encuentros. Así pues, la propuesta temática está marcada por las inquietudes de las propias personas participantes y a lo largo de estos años ha girado en torno a la comunicación, la aceptación del proceso adoptivo, cómo vivir y acompañar la superación del abandono; cómo convivir con la existencia de una familia biológica (a menudo desconocida), cómo vivir los procesos de duelo; cómo afrontar situaciones de discriminación por el hecho de tener un origen diferente al de la mayoría; cómo afrontar las dificultades de aprendizaje a menudo relacionadas con las dificultades de la gestión emocional, las posibles situaciones de discriminación generadas por la diversidad de origen y cultural en las adopciones internacionales, el bullying al que a menudo se enfrentan los niños por el hecho de ser adoptados, la construcción de la identidad de las personas adoptadas, y muchos otros que vamos enfocando desde diferentes perspectivas con el apoyo de las personas que dinamizamos las sesiones. «El éxito de las tertulias es que son un espacio de confianza y seguridad donde no nos sentimos juzgados» El éxito de las tertulias ha sido y es, la posibilidad de dialogar a partir de la experiencia y de poder hacerlo en un espacio de seguridad. Algunas de las participantes la han definido como «un espacio de confianza en el que compartir la experiencia de la adopción cuando llega la adolescencia, sin sentirnos juzgados», un momento en el que nuestros hijos e hijas se enfrentan a vivencias, sentimientos y situaciones no siempre fáciles de afrontar y, a menudo, difíciles de acompañar. El año 2019 se incorporaron a este espacio, jóvenes de origen adoptivo, mayores de edad que tienen la inquietud de apoyar a otros hijos e hijas adoptivos que hayan vivido situaciones similares a las vividas por ellas y dando una perspectiva bastante iluminadora a las familias que participan. Y en este proceso, desde los inicios del año 2020, contamos con la colaboración como co-dinamizadoras de las tertulias, de dos jóvenes adoptadas en Etiopía y República Dominicana. Consideramos que el diálogo en un espacio seguro, entre las jóvenes y las familias, aporta nuevas miradas a algunas de las situaciones que plantean muchas de estas familias. Asimismo, hemos conseguido implicar en las tertulias a otros actores sociales vinculados a la adolescencia como es el profesorado, a menudo también falto de conocimiento de los procesos adoptivos pero que es crucial para su intervención socio-educativa con los adolescentes y un colectivo que necesita también un cambio de mirada, ya que uno de los detonantes de las familias, para participar en los espacios de diálogo, es la aparición de dificultades con los estudios debido al malestar producido por las situación antes descritas y que genera vulnerabilidades añadidas a estos adolescentes Fruto de las reflexiones de estos años, recientemente hemos dado un paso más con el objetivo de desestigmatizar la adopción, ya que a menudo ciertas problemáticas se asocian directamente a esta realidad. Y con este objetivo, entre algunas familias, jóvenes adoptadas y el equipo del Instituto Diversitas hemos creado unos videos de sensibilización breves que pretenden visibilizar y desmontar algunos de los estereotipos y prejuicios generados sobre el hecho adoptivo. «Los principales aprendizajes» El espacio de tertulia «Vivir la adopción en