Nosotros y el Metaverso

Nosotros y el Metaverso Estamos a punto de entrar en una fase nueva de lo que llamamos “sociedad digital”, que inició con la creación de Internet y se popularizó a finales del siglo XX, y que ha avanzado a toda velocidad en el XXI ampliando su alcance y sofisticación. Las redes sociales, los satélites, la geolocalización, las compras digitales… todo ello y mucho más revoluciona la vida de más de medio planeta. Pero dentro de esta sociedad digital existen ámbitos en particular desarrollo, como el de los videojuegos, cada vez más sofisticados y con cientos de millones de usuarios. O las criptomonedas, que generan un creciente movimiento de dinero de manera completamente no-física, sino únicamente digital. O el “internet de las cosas”, un entramado de dispositivos personales que interactúan entre sí, como relojes, zapatillas, camisetas, cámaras ciudadanas, puertas, televisores, frigoríficos, lavadoras, automóviles, etc. Un verdadero tejido digital que configura la vida física de cada uno de nosotros. Más allá de la cuestión sobre los algoritmos y quién gestiona nuestros datos -un tema crucial de nuestro tiempo-, vemos que se está intensificando una línea de gigantescas inversiones sobre lo que empezó como “realidad virtual». Mark Zuckerberg, creador de Facebook, ha cambiado el nombre de su empresa y la ha llamado Meta. De Metaverso. El llamado “metaverso” (de “meta” o “más allá” y “universo”), permitirá a millones de personas sumergirse en realidades paralelas en tres dimensiones e interactivas, creadas digitalmente. Entraremos en entornos imaginarios o reales creados con gran detalle, a través de un sistema informático al que se accede no mirando una pantalla, sino interactuando por medio de unas gafas y otros dispositivos corporales, como guantes, zapatos, cinturones, que incorporan el movimiento de la persona y ésta se “mueve” en ese entorno, a través de un avatar o personaje, viviendo una experiencia totalmente inmersiva y envolvente. Podremos ser otras personas. O ser personajes imaginarios creados por nosotros mismos. Podremos visitar nuestra futura casa que aún no se ha construido, entrar en el sistema digestivo de un paciente, pasear por la antigua Roma y ver a Julio César, o conocer personalmente a Tutankamen, volar por el espacio sideral o ser aplaudidos por miles de personas en un estadio… Cualquier escenario real o ficticio estará al alcance de un clic. Cualquier personalidad y apariencia nos ocultará o expresará. ¿Cómo entender, qué priorizar, cómo educar en este contexto?  Un desarrollo tan veloz como novedoso pone en cuestión todo nuestro modelo educativo, nuestro modo de entender a las personas y sus relaciones. El aprendizaje a través de transmisión oral interminable a personas pasivas queda totalmente desfasado. Y se requerirán en el futuro no sólo conocimientos, sino también y sobre todo habilidades y competencias humanas muy bien cimentadas. Por eso propongo ver todo este entramado con una mirada centrada en la persona, la familia y la comunidad físicas, y por supuesto la espiritualidad, además de la tecnología. A partir de ahí, entendiendo lo más posible al ser humano y sus características más propias, localizar los valores más importantes que debemos cultivar, siendo capaces al mismo tiempo de participar en la sociedad de nuestra época y más aún, darle sentido y crear ámbitos de convivencia. ¿Nos pasará lo mismo con la realidad virtual? Estamos a tiempo, en este naciente mundo llamado Metaverso. Por lo menos sigamos la pista y mantengámonos informados y alertas para entrar en esta nueva fase, para humanizarla y facilitar su mejor expresión educativa, con creatividad y valentía. Leticia SOBERÓN MAINEROFuente: https://www.revistare.com/2022/02/cinco-claves-para-vivir-en-la-era-metaverso/

Educación y transformación social

Uno de los retos que se nos plantean en las sociedades del s. XXI es, sin duda, la convivencia y la paz. Esta es una tarea transversal y transdisciplinar, en la que todos debemos implicarnos. Sin duda, este empeño ha de nacer de la creatividad y la inteligencia colectiva, pues ya no puede sustentarse en ninguna disciplina particular, porque la nueva realidad y los nuevos desafíos obligan a la transdisciplinariedad y a un enfoque holístico de la acción social y educativa. Una de las carencias más graves de la sociedad civil, es que está estancada en una etapa crítica. Nos movilizamos para la denuncia y la crítica, pero no tanto para la propuesta y el cambio social. No quiero decir con esto que no tengamos que ser críticos y denunciar la injusticia; pero muchas veces criticar y decir lo mal que va todo, se convierte en una excusa para no hacer nada. La crítica y la queja, no son un buen motor para la transformación social. Hemos de ser capaces de superar la crítica y transformarla en propuestas constructivas. Pues como nos recordaba Alfons Banda en el I Congreso Edificar la Paz en el s. XXI (Barcelona, 2012), la sociedad civil no estará madura hasta que supere la etapa crítica y pase a una etapa propositiva. Para avanzar hacia esa madurez de la sociedad civil, una sociedad civil capaz de hacer propuestas concretas para mejorar la convivencia y exigir a las instancias gubernamentales que las apliquen. Para que este salto cualitativo sea posible, las estancias educativas debemos incorporar de manera plena lo «común», lo comunitario, en los proyectos educativos desde los primeros ciclos formativos. Nuestros esfuerzos deben centrarse en lograr una ciudadanía más activa y más activada. Que defienda sus derechos y asuma sus responsabilidades, que interiorice lo comunitario como parte esencial de su configuración como sujeto individual. Así, uno de los desafíos más importantes de la educación, será desarrollar las competencias necesarias para vivir y relacionarse dentro de la comunidad social, de tomar parte, de participar en la vida social, económica, cultural y política de su entorno. Y esto pasa por incorporar aspectos como la participación, el empoderamiento y el desarrollo de capacidades y habilidades ciudadanas. Pues si esperamos a la edad adulta para motivar y capacitar en las competencias ciudadanas y de lo comunitario, ya es tarde. Para avanzar hacia el desarrollo de sujetos sociales “plenos”: ciudadanos y ciudadanas capaces de pensar, sentir, decir y hacer por sí mismos, capaces de transformar su realidad personal; pero también, hemos de incorporar a la educación el ámbito de lo común, de lo comunitario. El desafío es motivar y capacitar a las nuevas generaciones para incluirse en el tejido social, de sumar sus fuerzas con otras personas, de asociarse libremente, de incorporarse a las organizaciones sociales y ciudadanas. Para ello, hemos de desarrollar modelos de intervención educativa que -sin olvidar ni desatender el desarrollo de las capacidades personales- refuercen sus capacidades relacionales, organizativas y de acción colectiva sobre el entorno sociocomunitario, para poder reivindicar y poner en pie respuestas propias a sus necesidades. Maria Aguilera Fuente: https://universitasalbertiana.org/2021/12/educacion-y-transformacion-social/

Vuelo superado

Cada 28 de diciembre, para mí, es la celebración de un nuevo nacimiento. Han pasado diecisiete años de lo sucedido, pero se mantiene vivo en mi mente por haber sobrevivido a un percance de salud inesperado.  Esta situación concreta y otras son sacudidas, que permiten ver la fragilidad del ser humano y darse cuenta que en un instante todo puede cambiar. Por costumbre y buenos hábitos, organizamos, planificamos… y esto es necesario para el buen funcionamiento, pero pueden surgir y surgen imprevistos que deben aceptarse y adaptarse a los cambios.  En lenguaje metafórico la vida es como un viaje que no conoces cuándo será el final del recorrido, que para algunos es muy largo y para otros es breve. En mi caso, el relato es a partir de un viaje largo en avión (Barcelona-París-Chile y desierto de Atacama). Antes de aterrizar en Santiago de Chile sentí un dolor profundo en la pierna izquierda cerca del tobillo. Seguí con este dolor hasta que no pude caminar. Estaba en el desierto y después de diversas consultas, realicé un vuelo de regreso a la ciudad de Santiago de Chile para ingresar de urgencias en el hospital. El diagnóstico fue ‘síndrome del viajero’, una trombosis venosa profunda. Pero lo más sorprendente es cuando en el hospital el doctor me dijo: «señora ha vuelto a nacer». ¡Qué regalo! El gran milagro fue que el coágulo quedó retenido y no se desplazó ni al pulmón ni al cerebro. Mi rápida respuesta fue: «doctor yo puedo desplazarme a mi ciudad de Barcelona y allí me visitarán los médicos» y el doctor dijo: «lo más prohibido para usted es volar debido a que la presión atmosférica dificulta la circulación sanguínea». Para mí esta noticia fue como un golpe, donde la primera reacción fue la pregunta: ¿por qué a mí y tan lejos?  La intención del viaje era pasar el periodo de vacaciones (Navidad, fin de año y fiesta de Reyes) para compartir con los amigos. Esta situación inesperada me obligó durante los doce días restantes, a seguir un tratamiento médico, hacer reposo absoluto y diariamente comprobar el nivel de coagulación de la sangre. Y durante estos días pude mentalizarme para hacer de nuevo un vuelo largo de regreso (Chile, París y Barcelona). Recibí mucha ayuda durante la preparación de este viaje: tranquilizantes, oraciones, vendar la pierna para facilitar la circulación… Pero lo más difícil fue despedirme de los amigos de Chile y subir de nuevo a un avión y realizar el vuelo sola.   Recuerdo que fueron momentos de miedo y de muchas preguntas durante las quince horas de vuelo: ¿Voy a superar este vuelo? ¿Voy a morirme?… Evidentemente recé mucho y la verdad era que volando en el cielo me sentía más cerca de Dios. Como siempre, mi actitud optimista y pragmática me acompañaba: en un papel escribí mi nombre y unos teléfonos de contacto por si sucedía alguna cosa durante el vuelo. Yo misma me obligué a estar despierta y me recomendaron beber mucha agua. Por lo tanto, me levantaba a buscar agua y ‘providencialmente’ la etiqueta de las botellas de plástico llevaba el nombre de Santa Clara. Esto me permitió sentirme acompañada en mis pensamientos y mis dudas. Pasaban las horas muy lentamente, el avión estaba oscuro, los pasajeros durmiendo y yo caminaba, iba al lavabo y siempre con el papel de los datos doblado en mi mano.  Y llegué a Barcelona, donde la familia y amigos me esperaban. Yo me sentía muy contenta de haber aterrizado con mi mano cerrada y el papel arrugado. Qué sensación de agradecimiento: ¡estaba viva! No fue mi hora, pero sí que hice un esfuerzo interior de valentía para superar lo vivido: una fuerte soledad por no poder compartir con nadie mi situación. Desde aquel momento mi vida cambió: visitas médicas sucesivas, controles… y en mi caso, un tratamiento para toda la vida. Existir es una aventura. Son muchos los factores que influyen en la vida y en la evolución de cada ser humano con reacciones y respuestas distintas según lo vivido. ¡Gocemos de nuestra única posibilidad de existir! Y agradezco a tantos ‘ángeles’, personas con nombre y apellidos que en aquel momento me acompañaron.  Assumpta Sendra MestreFuente: http://pliegotante.blogspot.com/2023/02/pliego-n-169.html

La transparencia de Dios en el Universo

Pierre Theillard de Chardin, un jesuita paleontólogo y filósofo a caballo entre el siglo XIX y el XX, escribía lo siguiente en su obra El medio divino: «Si se puede modificar ligeramente una expresión sagrada, diremos que el gran misterio del cristianismo no es exactamente la aparición, sino la transparencia de Dios en el Universo. Sí, Señor, no sólo el rayo que roza, sino el rayo que penetra. No tu epifanía, Jesús, sino tu diafanía»  Lo que maravilla a este jesuita no es el hecho que Dios irrumpa en la historia de la humanidad, sino la transparencia de Dios en el Universo. Dios se deja ver en y a través de lo que crea por y desde su amor. Esto significa que Dios no es un demiurgo que crea el cosmos y separándose de él lo deja a merced de sus propias leyes, sino que lo sostiene y lo habita desde su mismo interior. En el fondo de nuestro ser todos llevamos inscrita la imagen de Dios (Gn 1, 26), toda realidad es reflejo de la belleza de Dios. Alfredo Rubio afirmaba que todos, por el hecho de existir, somos mensajeros de Dios, damos testimonio del Creador, aunque a veces seamos tan sólo escuálidos mensajeros o incluso contra-mensajeros, opacando esta imagen de mil formas, con mil soberbias y orgullos, impidiendo la diafanía de Dios en nosotros. Dios no irrumpe desde fuera de la creación sino desde el corazón mismo de ésta. ¿Invalida esto la revelación de Dios en Jesús? No, en absoluto. Precisamente es en Jesús donde esta diafanía es perfecta, es en su humanidad donde se transparenta más nítidamente el rostro del Padre: «quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14, 9), al punto de que es La Palabra de Dios hecha carne. Actualmente lidiamos mal con el límite, con el sufrimiento, con la muerte. Creemos que si tuviéramos un tiempo indefinido conseguiríamos la cura para todos nuestros males, vivimos la muerte con angustia, en vez de vivir nuestra finitud con gozo y alegría. Buscamos la perfección en todo, o quizá en casi todo, menos en aquello que Dios nos propone, la perfección en el amor que hace llover sobre justos e injustos. Cuando nosotros buscamos erróneamente convertirnos en seres absolutos rehuyendo el límite, Dios lo que hace es habitar en el interior de lo creado, que por ello es limitado. Cuando lo buscamos lejos y fuera de nosotros, Él nos espera en los más íntimo de nuestro ser. Este es el misterio que nos preparamos para celebrar, el Dios que crea y que habita lo creado, esta es la grandeza de la creación, que aun siendo limitada es habitada y sostenida por Dios. Nos preparamos para celebrar el nacimiento de ese niño que es total diafanía de Dios. Texto: Gemma Manau Fuente: https://hoja.claraesperanza.net/2022/10/la-transparencia-de-dios-en-el-universo/

Laura, desduelo en dos pasos

Primer paso Solía ser más alegre que ahora. Quizá si hubiera sido una persona más huraña antaño y hoy se viera a sí misma más dicharachera, no le pesaría, pero sentía que era una doble pérdida la suya: por un lado la ausencia de su otrora chispa y por otro el ir a menos. “Claro” -se decía- “que también estaba más vieja”, ¡cómo si ello fuera consuelo! Sabía de sobras que no tenía que ver una cosa con la otra, o por lo menos no era condición. ¿Qué era pues lo que le amargaba el ánimo?Se sentía sola. No obstante tener un buen compañero, hijos atentos y las amigas… Pero sí, había ido despidiendo a hermanos y no le quedaba ni uno. Eso, que en cierto modo era ley de vida, a ella no le consolaba. Y bueno, sin querer queriendo encontró dos ayudas a su propia comprensión de ausencias en esos días de descanso en Junquillar, a minutos de Constitución, en la costa del Maule. Una, muy cotidiana, se la regaló la Rena, una perrita más lista que el hambre, cuidadora de la casa, sus gallinas y cuanto movimiento hubiese cercano, pero que cuando su ama y su amo (de amor), se ausentaban, quedaba ella, cuerpo entero, entregado al manto de la pena y ojos cabizbajos, a media asta, a la deriva, como felpudo, casi sin gusto, olfato, ni oído.La Rena fue para la protagonista de esta historia, un verdadero espejo.  “Laura”, -se dijo- “hete aquí, doliendo ausencias, aferrada a lo que se fue, esperando cual Machiko el retorno de tu amigo-amado-amo”. Y vio, por primera vez en su duelo de hermanos, que tal como la Rena, estaba ella perdiendo el día (el sentido) en lamentarse un poco más por lo que, mientras duró, fue bello. Y fíjate tú… que parece que se le alegró un poco algo muy orgánico, dentro de su cuerpo, entre el intestino, las caderas y como por la parte posterior del estómago hasta el pulmón, como un ensanchamiento, ¿sería del alma? Segundo paso  Lo otro fue, conversando con Tati, su amiga y anfitriona, hablando de todo un poco, escucharle una expresión similar a: “Todos llevamos uno o dos muertitos colgados de los brazos”, y le sonó a ella ese “a colgado” liviano, no cargando un peso,  sino como presencia eternamente liviana y que los propios muertos la acompañaban, escudaban, angelaban y de hecho, encontró muy lógico, que eran, en su caso, los mismos que hasta ese mismo día había, ingratamente, dolido su ausencia y casi dado la espalda. Le pareció de repente, ser la persona mejor acompañada del universo. Lo sintió de forma evidente y durmió esa noche en la gloria. Así pues, ese duelo horizontal, de aquellos con quienes forjó los primeros pasos, cuyos muros existenciales compartió tan estrechamente y partieron antes que ella al infinito-más allá -digamos Cielo- en el caso de Laura, empezaron a ser torreones con luz, faros para ver y alumbrar caminos oscuros y hasta iluminar a otros. Elisabet Juanola Soria Fuente: http://pliegotante.blogspot.com/2022/02/pliego-n-157.html

La alegría que nace del silencio

José Moratiel, en su libro «El silencio compañero de camino», habla del silencio como de una fina lluvia que puede ir calando en lo más profundo del ser humano hasta regalarnos el encuentro con uno mismo. Existe el silencio de la humildad, el silencio de la admiración, el silencio del respeto, el silencio de la contemplación, el silencio del beso, el silencio del perdón, el silencio de la entrega, el silencio de la compasión, el silencio de la paciencia… y así un sin fin de silencios, cada uno de los cuales son una oportunidad para que el otro pueda desarrollarse en plenitud. Y si el silencio lo podemos describir, como esa lluvia fina que tiene la capacidad de atenuar voces interiores y exteriores, propias o de quienes amamos, con el fin de ayudarnos vivir con más hondura el día a día; quizá la alegría pueda ser una luz, con tantos matices como rayos de sol alumbran la tierra, que nos da la fortaleza interna para sostenernos a pesar de las inseguridades o debilidades que nuestro ser alberga. «Agua» y «luz»    ;    «Silencio» y «alegría»   dos elementos básicos para la vida del ser humano Claro está que por ahondar un poco más en el significado profundo de la palabra alegría, podríamos preguntarnos también cuáles son las tonalidades de esa alegría que nace del silencio y que se convierte en gozo en la medida en que nos despojamos de nuestro ego. Por dar una primera respuesta me atrevo a definir estas cuatro, y a la vez te invito a que compartas este artículo en las redes añadiendo esa gama de colores que para ti son sustento en la alegría que nace del silencio. Ultimidad                 Libertad                Agradecimiento          Esperanza Marta Miquel Grau Fuente: http://pliegotante.blogspot.com/2020/07/pliego-n-138.html

Cosas que no se olvidan

Cosas que no se olvidan es el título de una de las películas del director de cine estadounidense Todd Solondz, conocido por sus sátiras oscuras y reflexivas sobre la sociedad. Transcribo una secuencia de la película: La escena muestra una típica familia de clase media americana dispuesta a compartir la cena. Uno de los hijos explica –para romper el ambiente de tensión que reina en la mesa, que en el instituto están estudiando el Holocausto. La madre se interesa por el tema y le pide al hijo que explique cuál es la opinión del profesor sobre el tema. El hijo explica que tienen que hacer una entrevista a algún superviviente de un campo de concentración; y pregunta a su padre si conoce alguno. La madre salta enseguida:–Tu abuelo es un superviviente.–¿Cómo el abuelo? Si él vino a América.–Bueno, vino a América huyendo de Hitler. Se salvó porque huyó. Si no hubiera huido, habría muerto en los campos de concentración, como su hermano y sus hijos. El hijo mayor, que todavía no ha abierto la boca dice:–¿Y él es un superviviente?–Sí, claro… tuvo que huir.–Superviviente habría sido el tío que fue al campo de concentración si hubiera salido con vida.–… Tu abuelo, y nosotros… todos somos supervivientes… Silencio. Ambiente tenso. El hijo mayor dice:–Pero, si Hitler no hubiera perseguido a los judíos, el abuelo no hubiera huido a América, y tú no hubieras conocido a papá…–Si no es por Hitler… ¡yo no nazco! El padre, atónito, lo echa de la mesa:–¡Vete! ¡Vete! ¡¡Fuera de la mesa!! (Tellingstories. Director: Todd Solondz. EEUU, 2001). Lo miremos desde el ángulo que lo miremos, somos históricos: somos seres que, para haber empezado a ser, hemos dependido de la historia. Como apunta Alfredo Rubio, co-autor de la Carta de la Paz dirigida a la ONU, “cualquier cosa distinta de las que incidieron en nuestro origen habría ocasionado que no existiéramos”. Esta evidencia, que se nos muestra tan clara y diáfana, para el padre de este adolescente, le supone un puñetazo de tal calibre que lo único que atina a decir es: “¡Vete! ¡Fuera de la mesa!”. Otra película, la Dama de Oro (Woman in gold. Director: Simon Curtis. UK, 2015), toca el tema de la Historia y la Memoria sobre el Holocausto a partir de los descendientes de supervivientes, aunque desde otro ángulo complementario: en este caso una anciana judía que vive en Los Ángeles reclama al estado austríaco la devolución del retrato de su tía judía Adèle Bloch-Bauer, pintado por Gustav Klimt y robado por el régimen nazi en Viena: en una escena que transcurre también en una mesa, en este caso en una mesa del proceso de mediación entre la anciana sobrina y el representante del estado austríaco, la reclamante le llega a decir al representante estatal que está dispuesta a renunciar a la propiedad del cuadro si el representante estatal reconoce el mal histórico causado a su familia y a los ciudadanos austríacos causado por el régimen nazi y las complicidades del estado austríaco con el nazismo antes y durante la segunda guerra mundial. Ante el intercambio de palabras sobre la historia y la memoria el resultado acaba siendo el mismo: ante la negativa del representante austríaco la anciana se siente expulsada de la mesa y acaba el proceso de mediación. La Carta de la Paz dirigida a la ONU, en su punto IV, señala que «es fructuoso conocer la Historia lo más posible. Pero vemos que no podemos volverla hacia atrás. Vemos, también, que si la Historia hubiera sido distinta -mejor o peor-, el devenir habría sido diferente. Se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos». Esto no quiere insinuar en absoluto que los males desencadenados por nuestros antepasados no fueran realmente males. Los censuramos, repudiamos y no hemos de querer repetirlos. La sorpresa de existir facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros. Si descubrimos la existencia como el mayor bien que poseemos –pues sin ella no puede darse ningún otro bien posible como la vida, el amor, la amistad, la libertad, la paz…–, y aceptamos que somos seres históricos, fruto de esta historia concreta, tal y como pasó y no otra… estaremos inmunizados contra cualquier resentimiento histórico que pudiera colarse al hacer un mal uso o abuso de la memoria [histórica]. Entonces, desearemos que nos muestren y enseñen nuestra historia de la manera más objetiva posible. La historia familiar, grupal, colectiva, nacional… los aciertos, errores, incluso las maldades y las injusticias… todo toma otro cariz cuando uno cae en la cuenta que sólo esta historia –y no otra– posibilitó mi existencia. Y, al mismo tiempo, con la certeza que no podemos cambiar los hechos históricos y centrados en el hoy podemos tomar conciencia de las potencialidades del presente: reconocer el mal causado tanto a nivel individual como del tejido social y explorar vías de reparación moral y material no cambian los hechos históricos pero pueden diluir resentimientos y cambiar creativamente el presente y, sobre todo, transformar a personas y pueblos para una convivencia más fértil y madura. La revalorización y el reconocimiento de las personas y los colectivos aparecen como ejes claves para enfrentar juntos y transformarse juntos en la gestión –en tiempo presente– de los hechos conflictivos, violentos o dañosos del pasado, como destacan reconocidos estudiosos de conflictos y de la mediación transformativa como Bush y Folguer (Barush Bush, R.A. y Folger, J.P. La promesa de mediación: cómo afrontar el conflicto a través del fortalecimiento propio y el reconocimiento de los otros. Editorial Granica, 1993). Hoy en día, ya nadie niega que es bueno y necesario conocer la Historia. Pero no por eso, tenemos que dejar de precavernos sobre los abusos que de ella se puedan hacer. Tzvetan Todorov, dice que estamos en una época en que los occidentales, y más concretamente los europeos, parecemos obsesionados por el culto a la

Pensamiento vs. algoritmos

Pocos ignoran que las redes sociales (una explosiva mezcla de brevedad, inmediatez, emociones y algoritmos) son un factor determinante en la polarización de nuestra sociedad. Si bien muchas de las ideologías, religiones o sensibilidades, tienen en sus autores de origen todo un fundamento lleno de matices, estos se van perdiendo progresivamente en aras de la brevedad cuando se expresan en redes sociales. Las afirmaciones, cada vez más reducidas y simples, van reduciendo la vida mental y social a un tablero en blanco y negro, en posturas que finalmente se vuelven irreconciliables y antagónicas. Ya no se dialoga intentando comprender al otro: se juega al pin pon de frases agresivas, con cada vez más virulencia. A esta polarización, que sin duda empobrece el pensamiento, hay que añadir la decidida tendencia de los proveedores de redes sociales a personalizar la publicidad. Lo hacen contabilizando con cookies nuestras visitas a sitios web, registrando el tipo de contenidos que consumimos, nuestros «me gusta» a ciertos autores, etc., y calculando con algoritmos qué nos gustaría recibir. De ese modo, nos van encerrando en nuestro propio ambiente, nos reducen a leer lo que ya creemos y pensamos. Así que cuando nos enfrentamos a otros puntos de vista, la sensación de extrañeza es cada vez mayor. La opción de salirse de las redes -cada vez más frecuente entre los personajes relevantes de la vida social- proviene precisamente de la fatiga que genera esa polarización. Es urgente aprender a pensar juntos ¿Significa esto que todos deberíamos darles la espalda a las redes sociales? A mi modo de ver, no necesariamente. Reducir nuestras horas de consumo, seguramente. Pero sí urge convertirnos en usuarios/ciberciudadanos que toman conciencia de esa dinámica empobrecedora: la simplificación y la autorreferencia. Necesitamos personas mucho más proactivas que decidan abrir espacios para el auténtico pensamiento en común. Nos enfrentamos a grandes desafíos. Desafíos que no son individuales, sino precisamente, sociales. Todos estamos implicados, tanto en los problemas, como en sus posibles soluciones. Es imprescindible que avancemos en estrategias que permitan a personas con sensibilidades, ideologías o religiones distintas, escucharse y entenderse mutuamente, que se abran a ponerse en la piel de los otros, aprendan a deliberar y decidir de manera corresponsable. El diálogo fecundo es un arte que se debe enseñar desde la infancia, porque implica la humildad de la razón: comprender que yo veo sólo una parte de las situaciones, y que puedo equivocarme incluso en aquello que veo. La humildad de la razón es la que nos permite admitir que los demás nos aportan algo, su visión puede completar o corregir la nuestra, y viceversa. Nadie sabe todo, todos sabemos algo, no hay nadie de quien no podamos aprender algo. Esta humildad ayuda también a sanar las emociones: se reduce la ira, la descalificación de los otros, y podemos empezar a empatizar con personas de otras «tribus» hasta comprender que la persona es más valiosa que sus ideas. ¡Podemos incluso empezar a ser amigos! Este aprender a pensar con otros debería empezar por los más cercanos, para luego abrirnos a los que nos quedan más lejos y los consideramos distintos y divergentes respecto a nosotros. La razón humilde nos permite dar esos primeros pasos. Pensar juntos, dentro y fuera de las redes, eligiendo las cookies que aceptamos, venciendo a los algoritmos y a nuestros propios sesgos de autoconfirmación, implica por supuesto un esfuerzo. Pero nuestra sociedad está hondamente necesitada de concordia y buen diálogo para conseguirla. Leticia SOBERÓN MAINEROPsicóloga y doctora en comunicación Fuente: https://www.revistare.com/2021/06/el-arte-de-pensar-juntos/

Hacia una cultura de los cuidados

Hoy, las personas mayores (65 años o más) constituyen el grupo de edad que crece más rápido en el mundo. Según la ONU, globalmente y por primera vez en 2018, las personas mayores superaron en número a la de los niños menores de 5 años, y para 2050 el número de personas mayores superará al de adolescentes y jóvenes (entre los 15 y los 24 años). Algunas regiones, como Europa y Asia Oriental, ya se enfrentan a un reto considerable a la hora de apoyar y atender a esas personas. A medida que la esperanza de vida sigue aumentando, puede que el papel de las personas mayores en las sociedades y las economías sea más importante. Debemos adaptar los sistemas de educación, atención sanitaria y protección social para proporcionar una red de protección social a este grupo etario cada vez mayor. Los modelos de cuidados han ido evolucionando desde una atención centrada en el seno de la familia, en la que las personas cuidadoras principalmente eran mujeres, a una socialización de los cuidados en la que la institucionalización es el recurso más habitual ante la pérdida de autonomía de una parte y la dificultad del entorno familiar para compatibilizar la atención y cuidados necesarios, con otras realidades familiares o profesionales.  En un estudio realizado hace unos años por el Programa de mayores de la Obra Social de la Caixa, se concluía que la mitad de los ancianos encuestados expresaban el deseo de continuar en su domicilio en el caso de requerir cuidados.  Además, es elocuente la experiencia vivida durante la pandemia de coronavirus en tantas residencias de ancianos, donde la concentración en el mismo lugar de tantas personas frágiles y la dificultad para atenderlas por falta de medios humanos y materiales, generó situaciones muy difíciles de gestionar, a pesar de la abnegación y el buen hacer de muchos profesionales dedicados a la asistencia.  Este nuevo escenario ha hecho más visibles las carencias en el modelo de cuidados y el grave problema de salud pública que supone. Parece necesario y deseable avanzar en una reflexión que configure un nuevo paradigma en el modo de convivir entre las distintas generaciones, dando prioridad a los más vulnerables. Posiblemente se trate de un giro copernicano, que como en el caso de aquellos descubrimientos científicos de Copérnico revolucionaron el modo de entender los movimientos de los astros en el siglo XIV, en nuestro tiempo los acontecimientos vividos nos proponen un cambio en la mirada, tomarse tiempo para identificar las inercias que hasta ahora nos han guiado y reconsiderar los nuevos caminos a transitar.   Entender que la experiencia de los cuidados se desarrolla en un contexto de interdependencia, de realidad compartida en la que, por ambas partes, personas que precisan cuidados y personas que cuidan, se ha de replantear la autonomía y el devenir cotidiano de cada una de ellas y de todas en su conjunto.  Un salto cualitativo hacia la cultura del cuidado Se necesita un giro copernicano a partir de una mirada innovadora en la gestión del tiempo, de los espacios, de los estilos de vida. Veamos por ejemplo cómo: Necesitamos avanzar hacia una cultura de los cuidados, comenzando desde la infancia en las familias y en los centros educativos; promover el acercamiento intergeneracional que permita entender nuestra vejez, a la que posiblemente llegaremos. Promover más visibilidad en los medios de iniciativas que acerquen y permitan conocer mejor la diversidad contenida en esta etapa vital y los valores que ofrece.  La vejez es nuestra vejez, la de cada persona que ya llevamos dentro el anciano o anciana que posiblemente llegaremos a ser. Reconozcamos el giro copernicano para caminar hacia una sociedad en donde nadie sobra; todos sumamos.  Remedios ORTIZ JURADO Fuente: https://www.revistare.com/2022/04/hacia-una-cultura-de-los-cuidados/

Hacia el ser ecológico

A raíz de la docencia universitaria prolongada y enriquecedora con el documento de la Carta de la Paz  (texto corto de sensibilización que pretende favorecer una cultura de paz, equidad y justicia), inicié una profunda reflexión personal y un largo proceso de transformación en algunos aspectos de mi vida. En mí se despertó algo dormido, fui sintiendo la gran necesidad de ‘desaprender y deconstruir’; seguir otros senderos y abrirme, incluso, hacia lo profundo de mí, para conocer lo que soy, aceptándome tal y como soy, con capacidades, límites y circunstancias del entorno. En esta tarea me fui reconociendo como portadora de injusticias, sustentadora de un estilo de vida consumista -devastador para los seres y el planeta-; incoherente ante mis discursos de respeto hacia los otros ‘diferentes y libres’ como yo…  Con el paso del tiempo, caí en la cuenta de que me había desconectado de aspectos que, nuevamente, iban tomando relevancia, como por ejemplo: mi cuerpo, sus órganos y funcionamiento; o los elementos de la naturaleza que nos conforman y de los que somos una parte; la unión con el resto de seres vivos o con la fuente energética que nos sostiene. Agradezco estos 15 años. Mientras trataba de enseñar se me abrían horizontes nuevos, otras visiones del mundo, e iba haciendo cambios, recibiendo experiencias y aprendizajes. El punto 5 de la Carta de la Paz que tanto pregonaba en las aulas, había calado en mis adentros. Me hizo darme cuenta, sentir -no tanto pensar- mis raíces primigenias (existo como única posibilidad de ser lo que soy, fruto de lo que me precedió históricamente: acontecimientos, ancestros, átomos, tiempo y espacio). Se juntaron en mí, un yo soy rescatado de la nada, singular único e irrepetible que podía y puede reír y llorar, amar y odiar junto a todo lo que existe.  Asimismo, iba creciendo el valor existencial por el otro, aunque esté lejos o no lo conozca -es un tú que existe por gratuidad y carambola cósmica como yo-. Redescubrí el valor de la compleja y rica diversidad cultural que nada tiene que ver con el linaje sanguíneo y sí, con la hermandad, incluso de todo lo existente, que se amplía sin límites hasta fuera de nuestro universo.  Lentamente, fue una evolución hacia una mayor consciencia de mí, con la imperiosa necesidad de vivir desde el cuido y la conservación en los indivisibles ámbitos de la vida. Me iba unificando de tal manera que opté por lo ecológico como una alternativa para mí, más austera y sostenible. Empecé a sentir el cántico de san Francisco a las criaturas como una oración de palabras sagradas que me arropaban y se encarnaban. Fruto de este proceso, y tratando de producir el menor impacto funesto en el entorno, decidí apoyar iniciativas de respeto a los seres humanos y al resto de vivientes. Empecé a reciclar, compostar, buscar formas alternativas de menor agresión ambiental; también a colaborar, cuidar y conservar lo que usaba o tenía, fuera una cuchara, un pájaro o una flor. Inicié una dieta vegetariana a favor de la vida y en contra de la industria cárnica que tanto encarecen los alimentos y es la causante de enormes cantidades de gases tóxicos y residuos sólidos. Sí, siento el gozo de reconocerme en lo que soy, una con lo creado -desde sus múltiples formas de vida que apuestan de forma silenciosa y creativa por mejorar el mundo, la subsistencia y la convivencia-. Siento la importancia de continuar por este camino ya que formo parte de ese bello universo donde las personas tenemos la posibilidad de humanizarnos o destruirnos, no solo a nosotros mismos, también a la naturaleza que es nuestra casa común. Los seres humanos sabemos que -por ser imagen y semejanza de Dios-, podemos expresar que somos ‘los preferidos’ (cfr. Gn.1,26), pero también sabemos de nuestra responsabilidad en la evolución planetaria. Formamos parte del universo y el planeta; y en él no somos mucho más que otras especies, podemos llegar a extinguirnos fácilmente por nuestra propia y amenazante inhumanidad con actitudes de preponderancia, poder, vanagloria, injusticia….  ¡Somos responsables de que el Reino de Dios se realice en nosotros y en quienes nos rodean! Todo lo creado es bello, diferente, variado, con diversas funciones, papeles y características dentro del ecosistema universal. Parafraseando a san Pablo podríamos decir, ‘somos un solo cuerpo con muchos miembros…’ (cfr. 1 Corintios, 12). Lo que concierne a la vida, es parte de un sistema conexo que se mueve al unísono y en armonía, si cada uno responde libre y benévolamente desde la paz, la belleza, el bien. Y para eso, tenemos buenos guías: Jesús con sus bienaventuranzas (Mt.5,3-12), San Francisco con su suplica a Dios, ‘hazme un instrumento de tu paz’] y que nos invita ante cualquier ofensa, a ofrecer amor, perdón, unión, fe, verdad, alegría, luz, consuelo, comprensión; a entregarlo todo, sin mirar a quien. Es un gran reto responder a los desafíos actuales y reconstruir, crear, hacer crecer, florecer y cuidar cuanto existe en nuestra casa común. Anna M. Ollé Borque Fuente: https://colegiatansdc.blogspot.com/search?updated-max=2022-07-09T19:12:00-07:00&max-results=7

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