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Cosas que no se olvidan

Cosas que no se olvidan es el título de una de las películas del director de cine estadounidense Todd Solondz, conocido por sus sátiras oscuras y reflexivas sobre la sociedad. Transcribo una secuencia de la película: La escena muestra una típica familia de clase media americana dispuesta a compartir la cena. Uno de los hijos explica –para romper el ambiente de tensión que reina en la mesa, que en el instituto están estudiando el Holocausto. La madre se interesa por el tema y le pide al hijo que explique cuál es la opinión del profesor sobre el tema. El hijo explica que tienen que hacer una entrevista a algún superviviente de un campo de concentración; y pregunta a su padre si conoce alguno. La madre salta enseguida:–Tu abuelo es un superviviente.–¿Cómo el abuelo? Si él vino a América.–Bueno, vino a América huyendo de Hitler. Se salvó porque huyó. Si no hubiera huido, habría muerto en los campos de concentración, como su hermano y sus hijos. El hijo mayor, que todavía no ha abierto la boca dice:–¿Y él es un superviviente?–Sí, claro… tuvo que huir.–Superviviente habría sido el tío que fue al campo de concentración si hubiera salido con vida.–… Tu abuelo, y nosotros… todos somos supervivientes… Silencio. Ambiente tenso. El hijo mayor dice:–Pero, si Hitler no hubiera perseguido a los judíos, el abuelo no hubiera huido a América, y tú no hubieras conocido a papá…–Si no es por Hitler… ¡yo no nazco! El padre, atónito, lo echa de la mesa:–¡Vete! ¡Vete! ¡¡Fuera de la mesa!! (Tellingstories. Director: Todd Solondz. EEUU, 2001). Lo miremos desde el ángulo que lo miremos, somos históricos: somos seres que, para haber empezado a ser, hemos dependido de la historia. Como apunta Alfredo Rubio, co-autor de la Carta de la Paz dirigida a la ONU, “cualquier cosa distinta de las que incidieron en nuestro origen habría ocasionado que no existiéramos”. Esta evidencia, que se nos muestra tan clara y diáfana, para el padre de este adolescente, le supone un puñetazo de tal calibre que lo único que atina a decir es: “¡Vete! ¡Fuera de la mesa!”. Otra película, la Dama de Oro (Woman in gold. Director: Simon Curtis. UK, 2015), toca el tema de la Historia y la Memoria sobre el Holocausto a partir de los descendientes de supervivientes, aunque desde otro ángulo complementario: en este caso una anciana judía que vive en Los Ángeles reclama al estado austríaco la devolución del retrato de su tía judía Adèle Bloch-Bauer, pintado por Gustav Klimt y robado por el régimen nazi en Viena: en una escena que transcurre también en una mesa, en este caso en una mesa del proceso de mediación entre la anciana sobrina y el representante del estado austríaco, la reclamante le llega a decir al representante estatal que está dispuesta a renunciar a la propiedad del cuadro si el representante estatal reconoce el mal histórico causado a su familia y a los ciudadanos austríacos causado por el régimen nazi y las complicidades del estado austríaco con el nazismo antes y durante la segunda guerra mundial. Ante el intercambio de palabras sobre la historia y la memoria el resultado acaba siendo el mismo: ante la negativa del representante austríaco la anciana se siente expulsada de la mesa y acaba el proceso de mediación. La Carta de la Paz dirigida a la ONU, en su punto IV, señala que «es fructuoso conocer la Historia lo más posible. Pero vemos que no podemos volverla hacia atrás. Vemos, también, que si la Historia hubiera sido distinta -mejor o peor-, el devenir habría sido diferente. Se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos». Esto no quiere insinuar en absoluto que los males desencadenados por nuestros antepasados no fueran realmente males. Los censuramos, repudiamos y no hemos de querer repetirlos. La sorpresa de existir facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros. Si descubrimos la existencia como el mayor bien que poseemos –pues sin ella no puede darse ningún otro bien posible como la vida, el amor, la amistad, la libertad, la paz…–, y aceptamos que somos seres históricos, fruto de esta historia concreta, tal y como pasó y no otra… estaremos inmunizados contra cualquier resentimiento histórico que pudiera colarse al hacer un mal uso o abuso de la memoria [histórica]. Entonces, desearemos que nos muestren y enseñen nuestra historia de la manera más objetiva posible. La historia familiar, grupal, colectiva, nacional… los aciertos, errores, incluso las maldades y las injusticias… todo toma otro cariz cuando uno cae en la cuenta que sólo esta historia –y no otra– posibilitó mi existencia. Y, al mismo tiempo, con la certeza que no podemos cambiar los hechos históricos y centrados en el hoy podemos tomar conciencia de las potencialidades del presente: reconocer el mal causado tanto a nivel individual como del tejido social y explorar vías de reparación moral y material no cambian los hechos históricos pero pueden diluir resentimientos y cambiar creativamente el presente y, sobre todo, transformar a personas y pueblos para una convivencia más fértil y madura. La revalorización y el reconocimiento de las personas y los colectivos aparecen como ejes claves para enfrentar juntos y transformarse juntos en la gestión –en tiempo presente– de los hechos conflictivos, violentos o dañosos del pasado, como destacan reconocidos estudiosos de conflictos y de la mediación transformativa como Bush y Folguer (Barush Bush, R.A. y Folger, J.P. La promesa de mediación: cómo afrontar el conflicto a través del fortalecimiento propio y el reconocimiento de los otros. Editorial Granica, 1993). Hoy en día, ya nadie niega que es bueno y necesario conocer la Historia. Pero no por eso, tenemos que dejar de precavernos sobre los abusos que de ella se puedan hacer. Tzvetan Todorov, dice que estamos en una época en que los occidentales, y más concretamente los europeos, parecemos obsesionados por el culto a la

Pensamiento vs. algoritmos

Pocos ignoran que las redes sociales (una explosiva mezcla de brevedad, inmediatez, emociones y algoritmos) son un factor determinante en la polarización de nuestra sociedad. Si bien muchas de las ideologías, religiones o sensibilidades, tienen en sus autores de origen todo un fundamento lleno de matices, estos se van perdiendo progresivamente en aras de la brevedad cuando se expresan en redes sociales. Las afirmaciones, cada vez más reducidas y simples, van reduciendo la vida mental y social a un tablero en blanco y negro, en posturas que finalmente se vuelven irreconciliables y antagónicas. Ya no se dialoga intentando comprender al otro: se juega al pin pon de frases agresivas, con cada vez más virulencia. A esta polarización, que sin duda empobrece el pensamiento, hay que añadir la decidida tendencia de los proveedores de redes sociales a personalizar la publicidad. Lo hacen contabilizando con cookies nuestras visitas a sitios web, registrando el tipo de contenidos que consumimos, nuestros «me gusta» a ciertos autores, etc., y calculando con algoritmos qué nos gustaría recibir. De ese modo, nos van encerrando en nuestro propio ambiente, nos reducen a leer lo que ya creemos y pensamos. Así que cuando nos enfrentamos a otros puntos de vista, la sensación de extrañeza es cada vez mayor. La opción de salirse de las redes -cada vez más frecuente entre los personajes relevantes de la vida social- proviene precisamente de la fatiga que genera esa polarización. Es urgente aprender a pensar juntos ¿Significa esto que todos deberíamos darles la espalda a las redes sociales? A mi modo de ver, no necesariamente. Reducir nuestras horas de consumo, seguramente. Pero sí urge convertirnos en usuarios/ciberciudadanos que toman conciencia de esa dinámica empobrecedora: la simplificación y la autorreferencia. Necesitamos personas mucho más proactivas que decidan abrir espacios para el auténtico pensamiento en común. Nos enfrentamos a grandes desafíos. Desafíos que no son individuales, sino precisamente, sociales. Todos estamos implicados, tanto en los problemas, como en sus posibles soluciones. Es imprescindible que avancemos en estrategias que permitan a personas con sensibilidades, ideologías o religiones distintas, escucharse y entenderse mutuamente, que se abran a ponerse en la piel de los otros, aprendan a deliberar y decidir de manera corresponsable. El diálogo fecundo es un arte que se debe enseñar desde la infancia, porque implica la humildad de la razón: comprender que yo veo sólo una parte de las situaciones, y que puedo equivocarme incluso en aquello que veo. La humildad de la razón es la que nos permite admitir que los demás nos aportan algo, su visión puede completar o corregir la nuestra, y viceversa. Nadie sabe todo, todos sabemos algo, no hay nadie de quien no podamos aprender algo. Esta humildad ayuda también a sanar las emociones: se reduce la ira, la descalificación de los otros, y podemos empezar a empatizar con personas de otras «tribus» hasta comprender que la persona es más valiosa que sus ideas. ¡Podemos incluso empezar a ser amigos! Este aprender a pensar con otros debería empezar por los más cercanos, para luego abrirnos a los que nos quedan más lejos y los consideramos distintos y divergentes respecto a nosotros. La razón humilde nos permite dar esos primeros pasos. Pensar juntos, dentro y fuera de las redes, eligiendo las cookies que aceptamos, venciendo a los algoritmos y a nuestros propios sesgos de autoconfirmación, implica por supuesto un esfuerzo. Pero nuestra sociedad está hondamente necesitada de concordia y buen diálogo para conseguirla. Leticia SOBERÓN MAINEROPsicóloga y doctora en comunicación Fuente: https://www.revistare.com/2021/06/el-arte-de-pensar-juntos/

Hacia una cultura de los cuidados

Hoy, las personas mayores (65 años o más) constituyen el grupo de edad que crece más rápido en el mundo. Según la ONU, globalmente y por primera vez en 2018, las personas mayores superaron en número a la de los niños menores de 5 años, y para 2050 el número de personas mayores superará al de adolescentes y jóvenes (entre los 15 y los 24 años). Algunas regiones, como Europa y Asia Oriental, ya se enfrentan a un reto considerable a la hora de apoyar y atender a esas personas. A medida que la esperanza de vida sigue aumentando, puede que el papel de las personas mayores en las sociedades y las economías sea más importante. Debemos adaptar los sistemas de educación, atención sanitaria y protección social para proporcionar una red de protección social a este grupo etario cada vez mayor. Los modelos de cuidados han ido evolucionando desde una atención centrada en el seno de la familia, en la que las personas cuidadoras principalmente eran mujeres, a una socialización de los cuidados en la que la institucionalización es el recurso más habitual ante la pérdida de autonomía de una parte y la dificultad del entorno familiar para compatibilizar la atención y cuidados necesarios, con otras realidades familiares o profesionales.  En un estudio realizado hace unos años por el Programa de mayores de la Obra Social de la Caixa, se concluía que la mitad de los ancianos encuestados expresaban el deseo de continuar en su domicilio en el caso de requerir cuidados.  Además, es elocuente la experiencia vivida durante la pandemia de coronavirus en tantas residencias de ancianos, donde la concentración en el mismo lugar de tantas personas frágiles y la dificultad para atenderlas por falta de medios humanos y materiales, generó situaciones muy difíciles de gestionar, a pesar de la abnegación y el buen hacer de muchos profesionales dedicados a la asistencia.  Este nuevo escenario ha hecho más visibles las carencias en el modelo de cuidados y el grave problema de salud pública que supone. Parece necesario y deseable avanzar en una reflexión que configure un nuevo paradigma en el modo de convivir entre las distintas generaciones, dando prioridad a los más vulnerables. Posiblemente se trate de un giro copernicano, que como en el caso de aquellos descubrimientos científicos de Copérnico revolucionaron el modo de entender los movimientos de los astros en el siglo XIV, en nuestro tiempo los acontecimientos vividos nos proponen un cambio en la mirada, tomarse tiempo para identificar las inercias que hasta ahora nos han guiado y reconsiderar los nuevos caminos a transitar.   Entender que la experiencia de los cuidados se desarrolla en un contexto de interdependencia, de realidad compartida en la que, por ambas partes, personas que precisan cuidados y personas que cuidan, se ha de replantear la autonomía y el devenir cotidiano de cada una de ellas y de todas en su conjunto.  Un salto cualitativo hacia la cultura del cuidado Se necesita un giro copernicano a partir de una mirada innovadora en la gestión del tiempo, de los espacios, de los estilos de vida. Veamos por ejemplo cómo: Necesitamos avanzar hacia una cultura de los cuidados, comenzando desde la infancia en las familias y en los centros educativos; promover el acercamiento intergeneracional que permita entender nuestra vejez, a la que posiblemente llegaremos. Promover más visibilidad en los medios de iniciativas que acerquen y permitan conocer mejor la diversidad contenida en esta etapa vital y los valores que ofrece.  La vejez es nuestra vejez, la de cada persona que ya llevamos dentro el anciano o anciana que posiblemente llegaremos a ser. Reconozcamos el giro copernicano para caminar hacia una sociedad en donde nadie sobra; todos sumamos.  Remedios ORTIZ JURADO Fuente: https://www.revistare.com/2022/04/hacia-una-cultura-de-los-cuidados/

Mirar con ojos nuevos

Me gusta ir al mar y perderme mirando el horizonte o a la cima de una montaña y observar la ciudad ante mí. En definitiva, me da serenidad la idea de tomar perspectiva. Mirar lo mismo desde otro punto de vista. La imagen de la montaña me la enseñó mi papá cuando era niña. Cuando atravesamos una dificultad nuestra mente intenta encontrar la forma de volverla más llevadera. Una forma es hacer una pausa y tomar perspectiva, mirarla casi como en una pantalla, desde fuera, para llegar a resolver el problema o aceptarlo si no está en nuestras manos su solución. Por eso muchas veces buscamos la soledad y el silencio. Porque en el silencio, podemos escuchar otra voz.  Pero ¿qué pasa cuando no existe la posibilidad de ir a una montaña o a la playa o a ningún otro sitio? Cuando nos encontramos en medio de la realidad con la que lidiar.  Los seres humanos tenemos la habilidad de generar perspectiva desde donde estemos aprendiendo a preguntarnos de forma constructiva. Ante una situación determinada puedo decir ¿por qué yo? o ¿qué puedo aprender de esto?  Según el físico teórico Jyri Kuusela, de la Agencia Espacial Europea (ESA), «el cerebro siempre está trabajando, aunque estés sentado sin hacer nada, y puede ser enseñado para actuar en nuestro beneficio”.  El hombre genera alrededor de 60.000 pensamientos al día y la mayoría son negativos, repetitivos y del pasado.  Además de los miles de pensamientos que producimos, solemos cuestionarnos o a los demás alrededor de 300 veces al día. Por lo tanto, podemos intuir cuán importante son las preguntas y pensamientos que tenemos, estos generan creencias sobre nosotros mismos y los demás. Ante la vastedad de pensamientos que producimos hemos de elegir pensar y preguntar lo que nos sugiera una salida o una respuesta para el bienestar. Tony Robbins en su libro Despertando al gigante interior (Awaken the Giant Within), describe cómo enfocar los eventos de la vida a través de sanos cuestionamientos, de modo que se vuelvan posibilidad y no obstáculo. Porque de la manera en que te cuestionas, enfrentas la vida y te relacionas.  Las preguntas cambian la atención a lo que estoy preguntando y, por ende, cómo me siento; cambian el estado emocional, y cambian las herramientas a disposición, crean perspectiva.  Esta pandemia es una buena oportunidad para poner en práctica esta capacidad humana para cambiar no lo sucedido, sino la experiencia que tenemos al respecto. Muchísima gente ha sufrido conjunta e individualmente. Y también mucha de ella ha decidido volver este momento uno de aprendizaje, de superación, de ayuda y solidaridad.  Jesús solía cuestionar a sus discípulos constantemente, los animaba a plantearse las cosas siempre desde una perspectiva nueva. “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Mt 16,15), “¿Creéis que puedo hacer esto?” (Mt 9,28), “¿Cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). Uno de los estilos pedagógicos de Jesús son las preguntas.  Podemos mirar una pérdida, una enfermedad, una separación con ojos que nos dejen anclados en la angustia -(¿por qué yo?, ¿por qué me pasó a mí?)- o que faciliten el crecimiento, el aprendizaje y el amor (¿qué me enseña esto?, ¿qué puedo dar de mí en esta circunstancia?, ¿qué elementos tengo a disposición para salir adelante?)-. La nueva mirada no quitará el dolor, hay que aceptarlo, pero sí cambia mi experiencia del dolor.  Las herramientas humanas que hemos recibido son sostenidas por la fe y la esperanza con la que abordamos la vida para generar nuevas creencias vitales.  Tenemos la capacidad para producir nuevas vivencias a partir de lo que nos sucede, y para ello es necesario ejercitar nuestra mente a saber contarnos lo mismo de una manera que nos impulse hacia delante, nos enraíce humildemente en nuestro límite y nos haga mirar con ojos nuevos.  Claudia Soberón Fuente: Colegiata de Nuestra Señora del Cielo: JULIO 2021 (colegiatansdc.blogspot.com)

Llámame

Hace unos días me llegó un mensaje de whatsapp, pensé que sería una felicitación tan común en estos días de año nuevo, pero al leerlo me sorprendió tristemente la noticia de la muerte de la pareja, compañera de vida de una persona muy querida. Quedamos enseguida para poder compartir lo que había sucedido y cómo estaba ante tal dolor. Las conversaciones complejas lo son menos con las personas queridas y con las que ya se han podido compartir en otros momentos, salvando las distancias, sentimientos difíciles de explicar y de razonar. Así que pasamos un rato de sincero compartir desde lo que estábamos viviendo en estos días cada uno y, por supuesto, de cómo afrontar lo que se viene después de una pérdida como la de la persona elegida para caminar juntas. Agradecí ese reencuentro y con ello poder estar presente en ese momento. Al despedirnos mi amigo me dijo algo tan simple como “llámame”, mi respuesta fue “si necesitas algo ya sabes, llama” de repente, me dijo “ahora pido a mis amigos que me llamen”. Ante esta situación me di cuenta de lo importante que es saber pedir ayuda cuando una sabe que la va a necesitar, y de lo esencial de aquello que decía Vicente de Paul de que nadie sale de una situación vulnerable si no sabe que hay alguien esperándole, si no le importamos a nadie para qué esforzarnos, … ¡qué importante sabernos queridas, esperadas! Y a la vez pensé en la generosidad que supone estar atentas a lo que sucede a nuestro alrededor, no esperar que la persona nos pida lo que necesita sino estar con esa mirada atenta que permite captar el sentir de la otra persona e intentar estar dispuesta para ofrecer lo mejor de una misma en esa situación. En general al pensar en solidaridad nos vienen a la mente actitudes relacionadas con ofrecer lo material, con dar más que pensar en darse, en estar, en acompañar, … el otro día pude darme cuenta de lo importante que es dar tiempo, dedicación, compañía, … en darse una misma más que en dar nada, al menos en algunas ocasiones tan especiales como la del duelo. Nos despedimos con la tranquilidad de haber compartido lo más esencial tiempo y el ser de cada uno en ese momento. Esther BORREGO LINARESTrabajadora social Fuente: https://www.revistare.com/2023/01/llamame/

Interculturalidad no es comodidad

Lo irreversible del proceso de interculturalidad que vivimos se hace naturalidad en la vida de los jóvenes Afortunadamente la lengua está viva y seguimos creando conceptos a la par con nuestros cambios. Unas veces conviven palabras antiguas y conceptos nuevos con bastante soltura; otras, los sonidos resultan extraños y obsoletos. Por ejemplo, éste parece ser el caso de la indulgencia, concepto vigente al que conviene apelar a pesar de la reticencia que produce el sonido de la palabra. Y como ésta, muchas palabras más. En cambio, un concepto bastante nuevo, como es el de interculturalidad, combina bien con un sonido familiar a nuestros oídos, la palabra cultura. La interculturalidad es algo nuevo y que se renueva constantemente, porque se trata de la convivencia activa, de construir algo con lo que yo tengo y lo que tú tienes. Hoy, cuando las fronteras tienden a desaparecer y en vez de devaluarse la moneda nacional lo hace el petróleo, la interculturalidad es lo más normal del mundo. Por ejemplo, Occidente convive con el mundo árabe-musulmán; y los pueblos andinos, por su parte, habitan las costas hablando en una mezcla que conjuga los idiomas de las costas con los de la región andina, al tiempo que degustan sus propios platos junto con la «comida chatarra». La interculturalidad no tiene nada de comodidad, y no por ello es mala o fea (conceptos que están en cuarentena porque ya nada es tan absoluto). Convivir codo a codo con culturas, costumbres, convicciones muy diversas obliga a tomar partido. La tolerancia —concepto que hace menos de una década estuvo sobre el tapete—, hoy no sirve. Recordemos que tolerancia es sinónimo de soportar, ni siquiera es respetar; solamente soportar la existencia de algo que no me gusta. La tolerancia hoy por hoy es breve y transitoria, porque por obligación hay que tomar partido: o me inculturizo (me adapto y comparto cosas) o vivo contra el mundo que me resulta adverso, porque no me adapto a él (pero eso, por el momento, es una enfermedad, o varias). Antes —no hace mucho tiempo— los niños casi no contaban en las decisiones de los adultos; ellos tenían que aprender a adaptarse (a veces sobrevivir) a las decisiones —o a las no-decisiones— de los adultos; decisiones que configuraban el entorno en el que vivían. Sin embargo, hoy, los jóvenes toman parte en las decisiones y nos dan grandes lecciones. Su capacidad de aprendizaje y su poco aferramiento a las costumbres hacen que se den pasos en la convivencia intercultural que nos empujan a tener que sonreír al vecino: ¿cómo no hacerlo, si mi hijo se da besos con su hija? Pero el camino es largo: la dosis de profundidad para entender un beso requiere de muchos pasos previos, de respeto, de lectura, de observación y de silencio. Por eso, la inculturalidad —que también es un negocio, que responde a injusticias que obligan a las personas a irse de sus lugares de origen—, es, por sobre todas las cosas, un ejercicio de la libertad. Somos tan libres que podemos desarrollar nuestra propia vida con todo lo que el otro me muestra de la suya y eso, además, es profundamente bello. Elisabet JUANOLA Fuente: https://www.revistare.com/2018/12/interculturalidad-no-es-comodidad/

Pasará

Ana Bolívar nació el 8 de enero de 1994 en Bogotá(Colombia). Realizó estudios en Producción Musical en la Universidad de los Andes y se dedica a componer canciones, algunas sobre distintos aspectos de la vida y de la fe. Ha participado en el ministerio de música y canto “Kirios”. Y con la canción “Pasará”,durante la pandemia del Covid-19, nos invitaba a reconocer nuestra fragilidad y a quedarnos en casa.

Vivir la adopción en la adolescencia

En los últimos años el concepto de familia se ha diversificado considerablemente y hoy en día se reconocen numerosos modelos. Así encontramos familias nucleares o tradicionales, numerosas, monoparentales, lesbianas o homomaternales, homoparentales, separadas o divorciadas, reconstituidas, migradas reagrupadas, transculturales o mixtas, adoptivas, de acogida y, en definitiva, cada una mira de encontrar su forma de relación. Pero ser diferente de la mayoría no siempre resulta fácil y por eso hoy escribimos sobre la realidad y la diversidad de uno de estos modelos, a partir de la experiencia en una de las acciones del Instituto Diversitas en los últimos cinco años. El origen de todo es mi propia vivencia personal de la adopción y la importancia que para nosotros ha tenido como familia, el apoyo total de nuestro entorno social en los buenos momentos y en los momentos más difíciles de crisis. La detección de la soledad que puede llegar a vivir una familia adoptiva, una vez superados los tortuosos trámites de la adopción y superada la luna de miel de los primeros meses, junto con el objetivo de la cooperativa de iniciativa social de la que soy cofundadora, han sido el detonante de los espacios de diálogo «Vivir la adopción en la adolescencia» «Un espacio donde compartir experiencias personales» El objetivo de este espacio ha sido, desde el primer momento, propiciar un espacio de diálogo y acompañamiento entre familias adoptivas, con hijos e hijas en edad adolescente o con esta etapa ya superada, a través de unas tertulias mensuales, donde se comparten las experiencias personales. Se ha creado un espacio en el que compartir experiencias de éxito, intentando romper dinámicas estancadas en el tiempo que a menudo dañan las relaciones entre los diferentes miembros de las familias. En Cataluña, desde el año 1998 y hasta 2016 se han producido alrededor de 14.200 adopciones de origen internacional. Muchas de aquellas criaturas son hoy jóvenes mayores de edad que, con voz propia, posibilitan hacer una valoración de los éxitos y fracasos de esta fórmula de vinculación familiar. Alrededor de las adopciones, como de otras realidades desconocidas para una gran parte de la población, hay ciertos estereotipos y prejuicios. A menudo se estigmatiza una medida que pretende precisamente, proteger los derechos de los menores, ya que a menudo la sociedad culpabiliza la adopción de comportamientos como el abandono escolar prematuro o las relaciones conflictivas. A partir de la experiencia de casi cinco años organizando y dinamizando tertulias donde las familias adoptivas y los propios jóvenes adoptados pueden expresarse abiertamente y sin juicios, podemos afirmar que lo que estas familias expresan, pone en evidencia la frecuente situación de soledad, la necesidad de acompañamiento, de reflexionar y aprender conjuntamente a gestionar y disponer de herramientas para apoyar a nuestros hijos e hijas ante numerosas cuestiones que han marcado las conversaciones de los encuentros. Así pues, la propuesta temática está marcada por las inquietudes de las propias personas participantes y a lo largo de estos años ha girado en torno a la comunicación, la aceptación del proceso adoptivo, cómo vivir y acompañar la superación del abandono; cómo convivir con la existencia de una familia biológica (a menudo desconocida), cómo vivir los procesos de duelo; cómo afrontar situaciones de discriminación por el hecho de tener un origen diferente al de la mayoría; cómo afrontar las dificultades de aprendizaje a menudo relacionadas con las dificultades de la gestión emocional, las posibles situaciones de discriminación generadas por la diversidad de origen y cultural en las adopciones internacionales, el bullying al que a menudo se enfrentan los niños por el hecho de ser adoptados, la construcción de la identidad de las personas adoptadas, y muchos otros que vamos enfocando desde diferentes perspectivas con el apoyo de las personas que dinamizamos las sesiones. «El éxito de las tertulias es que son un espacio de confianza y seguridad donde no nos sentimos juzgados» El éxito de las tertulias ha sido y es, la posibilidad de dialogar a partir de la experiencia y de poder hacerlo en un espacio de seguridad. Algunas de las participantes la han definido como «un espacio de confianza en el que compartir la experiencia de la adopción cuando llega la adolescencia, sin sentirnos juzgados», un momento en el que nuestros hijos e hijas se enfrentan a vivencias, sentimientos y situaciones no siempre fáciles de afrontar y, a menudo, difíciles de acompañar. El año 2019 se incorporaron a este espacio, jóvenes de origen adoptivo, mayores de edad que tienen la inquietud de apoyar a otros hijos e hijas adoptivos que hayan vivido situaciones similares a las vividas por ellas y dando una perspectiva bastante iluminadora a las familias que participan. Y en este proceso, desde los inicios del año 2020, contamos con la colaboración como co-dinamizadoras de las tertulias, de dos jóvenes adoptadas en Etiopía y República Dominicana. Consideramos que el diálogo en un espacio seguro, entre las jóvenes y las familias, aporta nuevas miradas a algunas de las situaciones que plantean muchas de estas familias. Asimismo, hemos conseguido implicar en las tertulias a otros actores sociales vinculados a la adolescencia como es el profesorado, a menudo también falto de conocimiento de los procesos adoptivos pero que es crucial para su intervención socio-educativa con los adolescentes y un colectivo que necesita también un cambio de mirada, ya que uno de los detonantes de las familias, para participar en los espacios de diálogo, es la aparición de dificultades con los estudios debido al malestar producido por las situación antes descritas y que genera vulnerabilidades añadidas a estos adolescentes Fruto de las reflexiones de estos años, recientemente hemos dado un paso más con el objetivo de desestigmatizar la adopción, ya que a menudo ciertas problemáticas se asocian directamente a esta realidad. Y con este objetivo, entre algunas familias, jóvenes adoptadas y el equipo del Instituto Diversitas hemos creado unos videos de sensibilización breves que pretenden visibilizar y desmontar algunos de los estereotipos y prejuicios generados sobre el hecho adoptivo. «Los principales aprendizajes» El espacio de tertulia «Vivir la adopción en

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