Editar el contenido
Editar el contenido

El arte de preguntar en los procesos de mediación

La técnica o intervención más usada por los mediadores en los procesos de mediación es la pregunta. Una de las razones fundamentales para su utilización es que genera protagonismo. Los mediadores no podemos dar consejos ni realizar propuestas (como lo hacen los conciliadores), y sólo en casos muy especiales podemos formular alguna sugerencia. Por ello el modo afirmativo es poco utilizado por los buenos mediadores. Nuestra tarea específica consiste en ayudar a los participantes de la mediación a reflexionar, ya sea sobre: el problema, los objetivos futuros que quieren alcanzar, la relación que tienen y la que desean tener con la otra parte, así como sobre los llamados «intereses propios» y los de la otra parte, a efectos que puedan tomar decisiones que les permitan salir de la situación conflictiva. Para poder realizar esta tarea es preciso que previamente «comprendamos» el punto de vista de los participantes. Dado que nuestra función no es juzgar, en la mediación no buscamos la verdad de los hechos o acontecimientos. Por esto la forma de preguntar en mediación es diferente de la que se utiliza en otras profesiones. Los mediadores no indagamos, repito, preguntamos para comprender y generar reflexiones. El arte de preguntar se basa en la posibilidad de escuchar y observar. El mediador debe estar sumamente atento a lo que dicen y cómo lo dicen, es decir a los componentes digitales —las palabras— y los componentes analógicos —comúnmente denominados no verbales— de la comunicación. Además es necesario también tener en cuenta el momento del proceso, ya que la misma pregunta puede resultar muy operativa al comienzo de la mediación y ser contraproducente si se realiza en la etapa final de la misma. Al comienzo de la mediación, los mediadores tenemos la intención de explorar la perspectiva de cada una de las partes. No deseamos producir modificaciones sino solamente comprender. Para ello utilizamos preguntas cerradas (que deben ser contestadas por sí o por no), abiertas (que tienen infinitas respuestas) y aclaratorias. Desde mi perspectiva es sumamente importante que el mediador «comprenda» la narrativa de cada uno de los participantes. Entiendo por comprender, no sólo entender con la razón lo que le están contando, sino también con el corazón. Esto ha dado lugar a las preguntas aclaratorias, que tienen como objetivo no dar por supuesto nada sino incentivar a las personas para que se expliquen con la mayor claridad posible. Para ello es preciso que nos centremos en las «palabras clave»: las negaciones, generalizaciones, ausencia de sujeto de la enunciación, ambigüedades, etcétera, y también en los cambios de la comunicación no verbal y en los dobles mensajes. Las aclaraciones que nos dan los mediados como respuesta a estas preguntas no sólo son válidas para que los comprendamos, sino que además, y quizá esto sea lo más importante, permite que la otra parte logre la comprensión del punto de vista de quien está hablando. Cuando este objetivo ha sido alcanzado, los mediadores realizamos nuevas preguntas pero nuestra intención en este momento es producir transformaciones a partir de las reflexiones que las preguntas generan. Con este objetivo utilizamos preguntas circulares, hipotéticas y reflexivas. Las preguntas circulares, fundamentalmente las llamadas «preguntas circulares de personajes» son sumamente útiles. Si bien ellas provienen del modelo narrativo, han resultado muy operativas también para el modelo tradicional de Harvard, cuando los mediadores que siguen este modelo necesitan que una de las partes reflexione sobre los intereses, opciones, criterios objetivos y M.A.A.N. (Mejor Alternativa al Acuerdo Negociado) de la otra parte. Si bien el formato típico de estas preguntas es «¿Qué piensa Ud., qué piensa él?», pueden realizarse diversas combinaciones no sólo con el «pensar» sino también con el hacer, sentir y decir, por ejemplo «¿Qué cree que haría él si Ud. le dice que no acepta esta propuesta?» La respuesta a esta pregunta lleva a que la parte piense en cuál es el M.A.A.N. del otro, sin necesidad de que conozca qué es lo que conceptualizamos con este concepto. El gran valor de este tipo de preguntas es que a quien se les realizan no puede contestarla en automático desde sí mismo, sino que es preciso que se ponga en los «zapatos del otro», y desde ese lugar las responda. No obstante la gran utilidad de las mismas, también presentan algunas dificultades, no sólo en su construcción, sino fundamentalmente para quien debe responderla, ya que exigen un alto grado de abstracción y un descentramiento de uno mismo para poder contestarla. O sea, las personas con un bajo nivel abstracción y aquéllas muy narcisistas, tienen dificultades a la hora de elaborar la respuesta. Las preguntas hipotéticas se utilizan fundamentalmente en el momento en el cual se están explorando las alternativas y opciones generadas en el proceso. Su utilidad radica en generar escenarios futuros posibles en los cuales el cumplimiento de lo propuesto puede generar dificultades y hacer que el acuerdo no sea sustentable. Son muy utilizadas cuando los mediadores actúan como «abogado del diablo» o «agentes de la realidad». Y por último, las preguntas reflexivas, son aquellas que los mediadores realizamos con el objetivo de producir reflexiones y las partes reflexionan. Esta clasificación es sólo a efectos didácticos ya que, si tenemos en cuenta que la pregunta-respuesta es la unidad comunicacional que he denominado pregunder (preguntar-responder), la pregunta es sólo una parte de esta unidad, la cual únicamente se completa con la respuesta del mediado. Esto lleva a que muchas veces en el hecho viviente de la mediación, uno realiza una pregunta aclaratoria, con el objetivo de explorar, y el participante con su respuesta la convierte en una transformadora, ya que le genera una reflexión sobre algún punto que él no había tenido en cuenta. Hay un principio básico que debemos respetar en nuestra calidad de mediadores: Siempre es necesario esperar la respuesta. Porque solamente a partir de ella podremos formular la siguiente pregunta. De este principio básico se desprende un corolario, también fundamental: sólo debemos realizar una pregunta por vez, pues cuando realizamos dos o tres preguntas seguidas generalmente los participantes responden a la última pregunta y muchas veces los mediadores creemos que nos han contestado las anteriores. Si queremos preguntar como mediadores

Interculturalidad no es comodidad

Lo irreversible del proceso de interculturalidad que vivimos se hace naturalidad en la vida de los jóvenes Afortunadamente la lengua está viva y seguimos creando conceptos a la par con nuestros cambios. Unas veces conviven palabras antiguas y conceptos nuevos con bastante soltura; otras, los sonidos resultan extraños y obsoletos. Por ejemplo, éste parece ser el caso de la indulgencia, concepto vigente al que conviene apelar a pesar de la reticencia que produce el sonido de la palabra. Y como ésta, muchas palabras más. En cambio, un concepto bastante nuevo, como es el de interculturalidad, combina bien con un sonido familiar a nuestros oídos, la palabra cultura. La interculturalidad es algo nuevo y que se renueva constantemente, porque se trata de la convivencia activa, de construir algo con lo que yo tengo y lo que tú tienes. Hoy, cuando las fronteras tienden a desaparecer y en vez de devaluarse la moneda nacional lo hace el petróleo, la interculturalidad es lo más normal del mundo. Por ejemplo, Occidente convive con el mundo árabe-musulmán; y los pueblos andinos, por su parte, habitan las costas hablando en una mezcla que conjuga los idiomas de las costas con los de la región andina, al tiempo que degustan sus propios platos junto con la «comida chatarra». La interculturalidad no tiene nada de comodidad, y no por ello es mala o fea (conceptos que están en cuarentena porque ya nada es tan absoluto). Convivir codo a codo con culturas, costumbres, convicciones muy diversas obliga a tomar partido. La tolerancia —concepto que hace menos de una década estuvo sobre el tapete—, hoy no sirve. Recordemos que tolerancia es sinónimo de soportar, ni siquiera es respetar; solamente soportar la existencia de algo que no me gusta. La tolerancia hoy por hoy es breve y transitoria, porque por obligación hay que tomar partido: o me inculturizo (me adapto y comparto cosas) o vivo contra el mundo que me resulta adverso, porque no me adapto a él (pero eso, por el momento, es una enfermedad, o varias). Antes —no hace mucho tiempo— los niños casi no contaban en las decisiones de los adultos; ellos tenían que aprender a adaptarse (a veces sobrevivir) a las decisiones —o a las no-decisiones— de los adultos; decisiones que configuraban el entorno en el que vivían. Sin embargo, hoy, los jóvenes toman parte en las decisiones y nos dan grandes lecciones. Su capacidad de aprendizaje y su poco aferramiento a las costumbres hacen que se den pasos en la convivencia intercultural que nos empujan a tener que sonreír al vecino: ¿cómo no hacerlo, si mi hijo se da besos con su hija? Pero el camino es largo: la dosis de profundidad para entender un beso requiere de muchos pasos previos, de respeto, de lectura, de observación y de silencio. Por eso, la inculturalidad —que también es un negocio, que responde a injusticias que obligan a las personas a irse de sus lugares de origen—, es, por sobre todas las cosas, un ejercicio de la libertad. Somos tan libres que podemos desarrollar nuestra propia vida con todo lo que el otro me muestra de la suya y eso, además, es profundamente bello. Elisabet JUANOLA Fuente: https://www.revistare.com/2018/12/interculturalidad-no-es-comodidad/

Asociada con 

© 2022 |  Todos los Derechos Reservados  Colegiata Cielo en la Tierra – Una web de  Mauricio Mardones