Ser para los otros corresponsablemente

Recientemente vino a mi memoria una escena de la película El Naufrago. El personaje de Tom Hanks dejaba su huella, de sangre, en un balón de futbol. Lo que me impresionó fue que, en ese balón, empezó a ver a un ser con el cual interactuar y, más tarde, a un amigo por el cual arriesgaría su vida. Me puso a pensar en la capacidad que tenemos los seres humanos de idear formas para no sentirnos solos, para sentirnos acompañados, escuchados, amados, comprendidos y, también, para acompañar, escuchar, etc.  ¡Qué sólo se sentiría! Abandonado a su suerte en aquella isla, sin nadie con quien contar, completamente a la deriva de la vida, de los amigos, de la familia y, quizá, de él mismo. ¡Necesitaba un amigo! Las personas no estamos hechas para la soledad, esa que te margina del mundo, que te vacía de tu propia humanidad y te deja desorientado. Estamos hechos para darnos, para recibir, para amar y dejarnos amar. Estamos hechos para el otro, en las buenas y en las malas. Es bueno, sin embargo, tener momentos para hacer soledad y silencio en donde nos encontramos con nosotros mismos, nos centramos, serenamos para poner aquello que tenemos y somos al servicio del otro. Y así crecemos y amamos más plenamente. Nuestra vida y acciones toman otra dimensión cuando se colocan en relación a los demás. ¿No te pasa que cuando sabes que alguien vendrá a tu casa te esmeras más en arreglar tu espacio? ¿No te pasa que si te vas de vacaciones solo lo primero que quieres hacer es contar cómo te ha ido, incluso llevas recuerdos de ese viaje? ¿No te pasa que tu trabajo adquiere otra perspectiva cuando te das cuenta que afecta positivamente a los demás y añades valor a sus vidas? ¿No te pasa que cuando un amigo sufre, sufres con él?  ¿Por qué? Porque da sentido a nuestras vidas sabernos parte de los demás, y saber a los demás parte de nosotros. Los demás dan sentido a nuestro ser; nos conocemos a través de ellos, y ellos a través de nosotros. Es lo que nos hace humanos, y es lo que valoramos más; es en ese darse que alcanzamos la máxima plenitud como seres humanos. Nuestra esencia no es solitaria sino relacional. Si no me doy, si mi esfuerzo, tiempo, trabajo, atención no se enfocan en quien me rodea, no sirve para nada. Cuánto nos ha costado el confinamiento, esa lejanía física. Y, sin embargo, cuántas bellas iniciativas fraternas han surgido para hacer que el dolor ajeno fuera menor. Fuimos creados para la relación, para la donación, para el amor, que se vuelve plena cuando me ofrezco. Cuando hago de mi vida una obra de arte en la entrega y el servicio. Y ahí, logro conocerme más profundamente para saber también cómo recibir. Somos para los demás; somos expresión que se comparte, vínculo, fuente y recipiente. El Naufrago buscó esa forma de darse, de combatir su soledad, y eso le ayudó a sobrevivir 4 años en una isla desierta. Se podría decir que ese balón le salvó la vida, como nos la salva a nosotros ser para los demás amorosamente, cada día. Claudia Soberón Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría: Pliego nº 145 (pliegotante.blogspot.com)

Laura, desduelo en dos pasos

Primer paso Solía ser más alegre que ahora. Quizá si hubiera sido una persona más huraña antaño y hoy se viera a sí misma más dicharachera, no le pesaría, pero sentía que era una doble pérdida la suya: por un lado la ausencia de su otrora chispa y por otro el ir a menos. “Claro” -se decía- “que también estaba más vieja”, ¡cómo si ello fuera consuelo! Sabía de sobras que no tenía que ver una cosa con la otra, o por lo menos no era condición. ¿Qué era pues lo que le amargaba el ánimo?Se sentía sola. No obstante tener un buen compañero, hijos atentos y las amigas… Pero sí, había ido despidiendo a hermanos y no le quedaba ni uno. Eso, que en cierto modo era ley de vida, a ella no le consolaba. Y bueno, sin querer queriendo encontró dos ayudas a su propia comprensión de ausencias en esos días de descanso en Junquillar, a minutos de Constitución, en la costa del Maule. Una, muy cotidiana, se la regaló la Rena, una perrita más lista que el hambre, cuidadora de la casa, sus gallinas y cuanto movimiento hubiese cercano, pero que cuando su ama y su amo (de amor), se ausentaban, quedaba ella, cuerpo entero, entregado al manto de la pena y ojos cabizbajos, a media asta, a la deriva, como felpudo, casi sin gusto, olfato, ni oído.La Rena fue para la protagonista de esta historia, un verdadero espejo.  “Laura”, -se dijo- “hete aquí, doliendo ausencias, aferrada a lo que se fue, esperando cual Machiko el retorno de tu amigo-amado-amo”. Y vio, por primera vez en su duelo de hermanos, que tal como la Rena, estaba ella perdiendo el día (el sentido) en lamentarse un poco más por lo que, mientras duró, fue bello. Y fíjate tú… que parece que se le alegró un poco algo muy orgánico, dentro de su cuerpo, entre el intestino, las caderas y como por la parte posterior del estómago hasta el pulmón, como un ensanchamiento, ¿sería del alma? Segundo paso  Lo otro fue, conversando con Tati, su amiga y anfitriona, hablando de todo un poco, escucharle una expresión similar a: “Todos llevamos uno o dos muertitos colgados de los brazos”, y le sonó a ella ese “a colgado” liviano, no cargando un peso,  sino como presencia eternamente liviana y que los propios muertos la acompañaban, escudaban, angelaban y de hecho, encontró muy lógico, que eran, en su caso, los mismos que hasta ese mismo día había, ingratamente, dolido su ausencia y casi dado la espalda. Le pareció de repente, ser la persona mejor acompañada del universo. Lo sintió de forma evidente y durmió esa noche en la gloria. Así pues, ese duelo horizontal, de aquellos con quienes forjó los primeros pasos, cuyos muros existenciales compartió tan estrechamente y partieron antes que ella al infinito-más allá -digamos Cielo- en el caso de Laura, empezaron a ser torreones con luz, faros para ver y alumbrar caminos oscuros y hasta iluminar a otros. Elisabet Juanola Soria Fuente: http://pliegotante.blogspot.com/2022/02/pliego-n-157.html

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