Si alguna vez olvido…

Si alguna vez olvido quien soy…Dile a la luna llena que necesito verla…Y a las estrellas que vigilen, que no me apague…Recuérdame cada intento…Para que recuerde que fui capaz…Enséñame montañas, sonrisas y nubes…Y dime que me esperan…Tararéame bajito y balancea mi cinturapara que la música regrese a mis pulmones…Susúrrame un «te quiero»para que mi corazón recuerde lo que es latir…Dime que los sueños son más reales que la realidady que me esperas allí para demostrármelo…Tráeme lluvias y tormentas para poder resguardarme en casa…Inventa fantasías que hagan temblar mi piel…Abre puertas que resuciten mi alma y me devuelvan la fe…Átame a tu abrazo y no me dejes escapar…Mírame a los ojos para que los tuyos griten mi nombrey me reconozca de nuevo…Y hazme saber que el amanecer no amanece sin mi despertar…Si alguna vez olvido quien soy…Por favor…No lo olvides tu…” Fuente: Campaña chilena sobre el Alzheimer

La alegría que nace del silencio

José Moratiel, en su libro «El silencio compañero de camino», habla del silencio como de una fina lluvia que puede ir calando en lo más profundo del ser humano hasta regalarnos el encuentro con uno mismo. Existe el silencio de la humildad, el silencio de la admiración, el silencio del respeto, el silencio de la contemplación, el silencio del beso, el silencio del perdón, el silencio de la entrega, el silencio de la compasión, el silencio de la paciencia… y así un sin fin de silencios, cada uno de los cuales son una oportunidad para que el otro pueda desarrollarse en plenitud. Y si el silencio lo podemos describir, como esa lluvia fina que tiene la capacidad de atenuar voces interiores y exteriores, propias o de quienes amamos, con el fin de ayudarnos vivir con más hondura el día a día; quizá la alegría pueda ser una luz, con tantos matices como rayos de sol alumbran la tierra, que nos da la fortaleza interna para sostenernos a pesar de las inseguridades o debilidades que nuestro ser alberga. «Agua» y «luz»    ;    «Silencio» y «alegría»   dos elementos básicos para la vida del ser humano Claro está que por ahondar un poco más en el significado profundo de la palabra alegría, podríamos preguntarnos también cuáles son las tonalidades de esa alegría que nace del silencio y que se convierte en gozo en la medida en que nos despojamos de nuestro ego. Por dar una primera respuesta me atrevo a definir estas cuatro, y a la vez te invito a que compartas este artículo en las redes añadiendo esa gama de colores que para ti son sustento en la alegría que nace del silencio. Ultimidad                 Libertad                Agradecimiento          Esperanza Marta Miquel Grau Fuente: http://pliegotante.blogspot.com/2020/07/pliego-n-138.html

Ungidas

Un itinerario de oración con relatos de mujeres.La autora, Mariola López Villanueva, religiosa del Sagrado Corazón, es licenciada en Periodismo y en Teología Bíblica. En este libro, ahonda en la experiencia de las mujeres del Evangelio, inspirándose en la pedagogía ignaciana de los Ejercicios. La autora dice: “acogí el deseo de detenerme en los encuentros de las mujeres, de entrar en sus transformaciones, de contemplar cómo la vida de Jesús se teje en sus cuerpos y cómo disponernos para que siga tejiéndose en los nuestros”.

Gente luminosa

Canción de El Arrebato, Javier Labandón, cantautor español de rumba-pop. Sí, me quedo con quien me cuida, me valora y me hace reír. Con quien me escucha atentamente y procura mi bien. Con quién se queda a pesar de todo; me acepta y me ama tal y como soy. Gente luminosa, luz para los otros y nuestro mundo.

Cosas que no se olvidan

Cosas que no se olvidan es el título de una de las películas del director de cine estadounidense Todd Solondz, conocido por sus sátiras oscuras y reflexivas sobre la sociedad. Transcribo una secuencia de la película: La escena muestra una típica familia de clase media americana dispuesta a compartir la cena. Uno de los hijos explica –para romper el ambiente de tensión que reina en la mesa, que en el instituto están estudiando el Holocausto. La madre se interesa por el tema y le pide al hijo que explique cuál es la opinión del profesor sobre el tema. El hijo explica que tienen que hacer una entrevista a algún superviviente de un campo de concentración; y pregunta a su padre si conoce alguno. La madre salta enseguida:–Tu abuelo es un superviviente.–¿Cómo el abuelo? Si él vino a América.–Bueno, vino a América huyendo de Hitler. Se salvó porque huyó. Si no hubiera huido, habría muerto en los campos de concentración, como su hermano y sus hijos. El hijo mayor, que todavía no ha abierto la boca dice:–¿Y él es un superviviente?–Sí, claro… tuvo que huir.–Superviviente habría sido el tío que fue al campo de concentración si hubiera salido con vida.–… Tu abuelo, y nosotros… todos somos supervivientes… Silencio. Ambiente tenso. El hijo mayor dice:–Pero, si Hitler no hubiera perseguido a los judíos, el abuelo no hubiera huido a América, y tú no hubieras conocido a papá…–Si no es por Hitler… ¡yo no nazco! El padre, atónito, lo echa de la mesa:–¡Vete! ¡Vete! ¡¡Fuera de la mesa!! (Tellingstories. Director: Todd Solondz. EEUU, 2001). Lo miremos desde el ángulo que lo miremos, somos históricos: somos seres que, para haber empezado a ser, hemos dependido de la historia. Como apunta Alfredo Rubio, co-autor de la Carta de la Paz dirigida a la ONU, “cualquier cosa distinta de las que incidieron en nuestro origen habría ocasionado que no existiéramos”. Esta evidencia, que se nos muestra tan clara y diáfana, para el padre de este adolescente, le supone un puñetazo de tal calibre que lo único que atina a decir es: “¡Vete! ¡Fuera de la mesa!”. Otra película, la Dama de Oro (Woman in gold. Director: Simon Curtis. UK, 2015), toca el tema de la Historia y la Memoria sobre el Holocausto a partir de los descendientes de supervivientes, aunque desde otro ángulo complementario: en este caso una anciana judía que vive en Los Ángeles reclama al estado austríaco la devolución del retrato de su tía judía Adèle Bloch-Bauer, pintado por Gustav Klimt y robado por el régimen nazi en Viena: en una escena que transcurre también en una mesa, en este caso en una mesa del proceso de mediación entre la anciana sobrina y el representante del estado austríaco, la reclamante le llega a decir al representante estatal que está dispuesta a renunciar a la propiedad del cuadro si el representante estatal reconoce el mal histórico causado a su familia y a los ciudadanos austríacos causado por el régimen nazi y las complicidades del estado austríaco con el nazismo antes y durante la segunda guerra mundial. Ante el intercambio de palabras sobre la historia y la memoria el resultado acaba siendo el mismo: ante la negativa del representante austríaco la anciana se siente expulsada de la mesa y acaba el proceso de mediación. La Carta de la Paz dirigida a la ONU, en su punto IV, señala que «es fructuoso conocer la Historia lo más posible. Pero vemos que no podemos volverla hacia atrás. Vemos, también, que si la Historia hubiera sido distinta -mejor o peor-, el devenir habría sido diferente. Se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos». Esto no quiere insinuar en absoluto que los males desencadenados por nuestros antepasados no fueran realmente males. Los censuramos, repudiamos y no hemos de querer repetirlos. La sorpresa de existir facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros. Si descubrimos la existencia como el mayor bien que poseemos –pues sin ella no puede darse ningún otro bien posible como la vida, el amor, la amistad, la libertad, la paz…–, y aceptamos que somos seres históricos, fruto de esta historia concreta, tal y como pasó y no otra… estaremos inmunizados contra cualquier resentimiento histórico que pudiera colarse al hacer un mal uso o abuso de la memoria [histórica]. Entonces, desearemos que nos muestren y enseñen nuestra historia de la manera más objetiva posible. La historia familiar, grupal, colectiva, nacional… los aciertos, errores, incluso las maldades y las injusticias… todo toma otro cariz cuando uno cae en la cuenta que sólo esta historia –y no otra– posibilitó mi existencia. Y, al mismo tiempo, con la certeza que no podemos cambiar los hechos históricos y centrados en el hoy podemos tomar conciencia de las potencialidades del presente: reconocer el mal causado tanto a nivel individual como del tejido social y explorar vías de reparación moral y material no cambian los hechos históricos pero pueden diluir resentimientos y cambiar creativamente el presente y, sobre todo, transformar a personas y pueblos para una convivencia más fértil y madura. La revalorización y el reconocimiento de las personas y los colectivos aparecen como ejes claves para enfrentar juntos y transformarse juntos en la gestión –en tiempo presente– de los hechos conflictivos, violentos o dañosos del pasado, como destacan reconocidos estudiosos de conflictos y de la mediación transformativa como Bush y Folguer (Barush Bush, R.A. y Folger, J.P. La promesa de mediación: cómo afrontar el conflicto a través del fortalecimiento propio y el reconocimiento de los otros. Editorial Granica, 1993). Hoy en día, ya nadie niega que es bueno y necesario conocer la Historia. Pero no por eso, tenemos que dejar de precavernos sobre los abusos que de ella se puedan hacer. Tzvetan Todorov, dice que estamos en una época en que los occidentales, y más concretamente los europeos, parecemos obsesionados por el culto a la

Evangelizar lo profundo del corazón

Aceptar los límites y curar las heridas La autora, Simone Pacot (1924-2017), nos invita, en este libro, a buscar en la Palabra de Dios el camino de nuestra propia unidad. Y también experimentar cómo la presencia de Dios en nosotros puede vivificar todas las zonas de nuestro ser, incluso las que han sido heridas en el pasado. Uniendo psicología y espiritualidad, este libro nos ayuda a identificar los caminos de muerte, tomados en el pasado, para poder abandonarlos y con Jesús elegir caminos de vida.

Pensamiento vs. algoritmos

Pocos ignoran que las redes sociales (una explosiva mezcla de brevedad, inmediatez, emociones y algoritmos) son un factor determinante en la polarización de nuestra sociedad. Si bien muchas de las ideologías, religiones o sensibilidades, tienen en sus autores de origen todo un fundamento lleno de matices, estos se van perdiendo progresivamente en aras de la brevedad cuando se expresan en redes sociales. Las afirmaciones, cada vez más reducidas y simples, van reduciendo la vida mental y social a un tablero en blanco y negro, en posturas que finalmente se vuelven irreconciliables y antagónicas. Ya no se dialoga intentando comprender al otro: se juega al pin pon de frases agresivas, con cada vez más virulencia. A esta polarización, que sin duda empobrece el pensamiento, hay que añadir la decidida tendencia de los proveedores de redes sociales a personalizar la publicidad. Lo hacen contabilizando con cookies nuestras visitas a sitios web, registrando el tipo de contenidos que consumimos, nuestros «me gusta» a ciertos autores, etc., y calculando con algoritmos qué nos gustaría recibir. De ese modo, nos van encerrando en nuestro propio ambiente, nos reducen a leer lo que ya creemos y pensamos. Así que cuando nos enfrentamos a otros puntos de vista, la sensación de extrañeza es cada vez mayor. La opción de salirse de las redes -cada vez más frecuente entre los personajes relevantes de la vida social- proviene precisamente de la fatiga que genera esa polarización. Es urgente aprender a pensar juntos ¿Significa esto que todos deberíamos darles la espalda a las redes sociales? A mi modo de ver, no necesariamente. Reducir nuestras horas de consumo, seguramente. Pero sí urge convertirnos en usuarios/ciberciudadanos que toman conciencia de esa dinámica empobrecedora: la simplificación y la autorreferencia. Necesitamos personas mucho más proactivas que decidan abrir espacios para el auténtico pensamiento en común. Nos enfrentamos a grandes desafíos. Desafíos que no son individuales, sino precisamente, sociales. Todos estamos implicados, tanto en los problemas, como en sus posibles soluciones. Es imprescindible que avancemos en estrategias que permitan a personas con sensibilidades, ideologías o religiones distintas, escucharse y entenderse mutuamente, que se abran a ponerse en la piel de los otros, aprendan a deliberar y decidir de manera corresponsable. El diálogo fecundo es un arte que se debe enseñar desde la infancia, porque implica la humildad de la razón: comprender que yo veo sólo una parte de las situaciones, y que puedo equivocarme incluso en aquello que veo. La humildad de la razón es la que nos permite admitir que los demás nos aportan algo, su visión puede completar o corregir la nuestra, y viceversa. Nadie sabe todo, todos sabemos algo, no hay nadie de quien no podamos aprender algo. Esta humildad ayuda también a sanar las emociones: se reduce la ira, la descalificación de los otros, y podemos empezar a empatizar con personas de otras «tribus» hasta comprender que la persona es más valiosa que sus ideas. ¡Podemos incluso empezar a ser amigos! Este aprender a pensar con otros debería empezar por los más cercanos, para luego abrirnos a los que nos quedan más lejos y los consideramos distintos y divergentes respecto a nosotros. La razón humilde nos permite dar esos primeros pasos. Pensar juntos, dentro y fuera de las redes, eligiendo las cookies que aceptamos, venciendo a los algoritmos y a nuestros propios sesgos de autoconfirmación, implica por supuesto un esfuerzo. Pero nuestra sociedad está hondamente necesitada de concordia y buen diálogo para conseguirla. Leticia SOBERÓN MAINEROPsicóloga y doctora en comunicación Fuente: https://www.revistare.com/2021/06/el-arte-de-pensar-juntos/

Hacia una cultura de los cuidados

Hoy, las personas mayores (65 años o más) constituyen el grupo de edad que crece más rápido en el mundo. Según la ONU, globalmente y por primera vez en 2018, las personas mayores superaron en número a la de los niños menores de 5 años, y para 2050 el número de personas mayores superará al de adolescentes y jóvenes (entre los 15 y los 24 años). Algunas regiones, como Europa y Asia Oriental, ya se enfrentan a un reto considerable a la hora de apoyar y atender a esas personas. A medida que la esperanza de vida sigue aumentando, puede que el papel de las personas mayores en las sociedades y las economías sea más importante. Debemos adaptar los sistemas de educación, atención sanitaria y protección social para proporcionar una red de protección social a este grupo etario cada vez mayor. Los modelos de cuidados han ido evolucionando desde una atención centrada en el seno de la familia, en la que las personas cuidadoras principalmente eran mujeres, a una socialización de los cuidados en la que la institucionalización es el recurso más habitual ante la pérdida de autonomía de una parte y la dificultad del entorno familiar para compatibilizar la atención y cuidados necesarios, con otras realidades familiares o profesionales.  En un estudio realizado hace unos años por el Programa de mayores de la Obra Social de la Caixa, se concluía que la mitad de los ancianos encuestados expresaban el deseo de continuar en su domicilio en el caso de requerir cuidados.  Además, es elocuente la experiencia vivida durante la pandemia de coronavirus en tantas residencias de ancianos, donde la concentración en el mismo lugar de tantas personas frágiles y la dificultad para atenderlas por falta de medios humanos y materiales, generó situaciones muy difíciles de gestionar, a pesar de la abnegación y el buen hacer de muchos profesionales dedicados a la asistencia.  Este nuevo escenario ha hecho más visibles las carencias en el modelo de cuidados y el grave problema de salud pública que supone. Parece necesario y deseable avanzar en una reflexión que configure un nuevo paradigma en el modo de convivir entre las distintas generaciones, dando prioridad a los más vulnerables. Posiblemente se trate de un giro copernicano, que como en el caso de aquellos descubrimientos científicos de Copérnico revolucionaron el modo de entender los movimientos de los astros en el siglo XIV, en nuestro tiempo los acontecimientos vividos nos proponen un cambio en la mirada, tomarse tiempo para identificar las inercias que hasta ahora nos han guiado y reconsiderar los nuevos caminos a transitar.   Entender que la experiencia de los cuidados se desarrolla en un contexto de interdependencia, de realidad compartida en la que, por ambas partes, personas que precisan cuidados y personas que cuidan, se ha de replantear la autonomía y el devenir cotidiano de cada una de ellas y de todas en su conjunto.  Un salto cualitativo hacia la cultura del cuidado Se necesita un giro copernicano a partir de una mirada innovadora en la gestión del tiempo, de los espacios, de los estilos de vida. Veamos por ejemplo cómo: Necesitamos avanzar hacia una cultura de los cuidados, comenzando desde la infancia en las familias y en los centros educativos; promover el acercamiento intergeneracional que permita entender nuestra vejez, a la que posiblemente llegaremos. Promover más visibilidad en los medios de iniciativas que acerquen y permitan conocer mejor la diversidad contenida en esta etapa vital y los valores que ofrece.  La vejez es nuestra vejez, la de cada persona que ya llevamos dentro el anciano o anciana que posiblemente llegaremos a ser. Reconozcamos el giro copernicano para caminar hacia una sociedad en donde nadie sobra; todos sumamos.  Remedios ORTIZ JURADO Fuente: https://www.revistare.com/2022/04/hacia-una-cultura-de-los-cuidados/

Hacia el ser ecológico

A raíz de la docencia universitaria prolongada y enriquecedora con el documento de la Carta de la Paz  (texto corto de sensibilización que pretende favorecer una cultura de paz, equidad y justicia), inicié una profunda reflexión personal y un largo proceso de transformación en algunos aspectos de mi vida. En mí se despertó algo dormido, fui sintiendo la gran necesidad de ‘desaprender y deconstruir’; seguir otros senderos y abrirme, incluso, hacia lo profundo de mí, para conocer lo que soy, aceptándome tal y como soy, con capacidades, límites y circunstancias del entorno. En esta tarea me fui reconociendo como portadora de injusticias, sustentadora de un estilo de vida consumista -devastador para los seres y el planeta-; incoherente ante mis discursos de respeto hacia los otros ‘diferentes y libres’ como yo…  Con el paso del tiempo, caí en la cuenta de que me había desconectado de aspectos que, nuevamente, iban tomando relevancia, como por ejemplo: mi cuerpo, sus órganos y funcionamiento; o los elementos de la naturaleza que nos conforman y de los que somos una parte; la unión con el resto de seres vivos o con la fuente energética que nos sostiene. Agradezco estos 15 años. Mientras trataba de enseñar se me abrían horizontes nuevos, otras visiones del mundo, e iba haciendo cambios, recibiendo experiencias y aprendizajes. El punto 5 de la Carta de la Paz que tanto pregonaba en las aulas, había calado en mis adentros. Me hizo darme cuenta, sentir -no tanto pensar- mis raíces primigenias (existo como única posibilidad de ser lo que soy, fruto de lo que me precedió históricamente: acontecimientos, ancestros, átomos, tiempo y espacio). Se juntaron en mí, un yo soy rescatado de la nada, singular único e irrepetible que podía y puede reír y llorar, amar y odiar junto a todo lo que existe.  Asimismo, iba creciendo el valor existencial por el otro, aunque esté lejos o no lo conozca -es un tú que existe por gratuidad y carambola cósmica como yo-. Redescubrí el valor de la compleja y rica diversidad cultural que nada tiene que ver con el linaje sanguíneo y sí, con la hermandad, incluso de todo lo existente, que se amplía sin límites hasta fuera de nuestro universo.  Lentamente, fue una evolución hacia una mayor consciencia de mí, con la imperiosa necesidad de vivir desde el cuido y la conservación en los indivisibles ámbitos de la vida. Me iba unificando de tal manera que opté por lo ecológico como una alternativa para mí, más austera y sostenible. Empecé a sentir el cántico de san Francisco a las criaturas como una oración de palabras sagradas que me arropaban y se encarnaban. Fruto de este proceso, y tratando de producir el menor impacto funesto en el entorno, decidí apoyar iniciativas de respeto a los seres humanos y al resto de vivientes. Empecé a reciclar, compostar, buscar formas alternativas de menor agresión ambiental; también a colaborar, cuidar y conservar lo que usaba o tenía, fuera una cuchara, un pájaro o una flor. Inicié una dieta vegetariana a favor de la vida y en contra de la industria cárnica que tanto encarecen los alimentos y es la causante de enormes cantidades de gases tóxicos y residuos sólidos. Sí, siento el gozo de reconocerme en lo que soy, una con lo creado -desde sus múltiples formas de vida que apuestan de forma silenciosa y creativa por mejorar el mundo, la subsistencia y la convivencia-. Siento la importancia de continuar por este camino ya que formo parte de ese bello universo donde las personas tenemos la posibilidad de humanizarnos o destruirnos, no solo a nosotros mismos, también a la naturaleza que es nuestra casa común. Los seres humanos sabemos que -por ser imagen y semejanza de Dios-, podemos expresar que somos ‘los preferidos’ (cfr. Gn.1,26), pero también sabemos de nuestra responsabilidad en la evolución planetaria. Formamos parte del universo y el planeta; y en él no somos mucho más que otras especies, podemos llegar a extinguirnos fácilmente por nuestra propia y amenazante inhumanidad con actitudes de preponderancia, poder, vanagloria, injusticia….  ¡Somos responsables de que el Reino de Dios se realice en nosotros y en quienes nos rodean! Todo lo creado es bello, diferente, variado, con diversas funciones, papeles y características dentro del ecosistema universal. Parafraseando a san Pablo podríamos decir, ‘somos un solo cuerpo con muchos miembros…’ (cfr. 1 Corintios, 12). Lo que concierne a la vida, es parte de un sistema conexo que se mueve al unísono y en armonía, si cada uno responde libre y benévolamente desde la paz, la belleza, el bien. Y para eso, tenemos buenos guías: Jesús con sus bienaventuranzas (Mt.5,3-12), San Francisco con su suplica a Dios, ‘hazme un instrumento de tu paz’] y que nos invita ante cualquier ofensa, a ofrecer amor, perdón, unión, fe, verdad, alegría, luz, consuelo, comprensión; a entregarlo todo, sin mirar a quien. Es un gran reto responder a los desafíos actuales y reconstruir, crear, hacer crecer, florecer y cuidar cuanto existe en nuestra casa común. Anna M. Ollé Borque Fuente: https://colegiatansdc.blogspot.com/search?updated-max=2022-07-09T19:12:00-07:00&max-results=7

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