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El silencio de la Vida

Hablamos “del arte”, pero no hay un solo arte, más bien personas que sienten arte y viven artísticamente. Y, quien vive así, extrae de la realidad, de la vida, de la Creación, la materia prima para transformarla en una expresión personal de su sentir. Esa vivencia artística es transformadora, tanto para quien la produce, como para quien la contempla. Dicha transformación puede ser creadora o destructora. De ahí que el arte pueda ser susceptible de ser instrumentalizado. El arte nos puede llevar al Cielo, entendido este como un estado de comunión con la Creación, donde lo temporal y lo sempiterno cohabitan porosamente. Pero también una instrumentalización del arte nos puede encerrar en nosotros mismos, aislándonos de la comunión con lo creado, produciendo sentimientos de temor y terror que devienen destructores. Una manera de conectar con la realidad y percibirla de manera artística es el silencio, muchas veces acompañado de soledad. La perspectiva que ofrecen estas coordenadas vitales (la de la soledad y el silencio), nos ayuda a descalzarnos de falsas percepciones de la realidad y sentir nuestra filiación con la vida, descubriéndonos seres felizmente vulnerables. El hábitat humano, las casas, los pueblos, las ciudades son una respuesta de la vulnerabilidad de nuestra especie. Construimos una casa para guarecernos del frío, del calor, para crear intimidad, para sentirnos seguros ante otros seres de nuestra especie y de otras especies. Estos hábitats, de los cuales se desprenden relaciones interpersonales que pueden desembocar en distanciamiento de la naturaleza, relaciones de poder y desigualdad, necesitan ser ajardinados, es decir, repoblados de naturaleza para impedir que la vulnerabilidad natural se convierta en una vulnerabilidad instrumentalizada. En este sentido, ajardinar la sociedad tiene que ver con propiciar condiciones de reconocimiento a la diversidad como un valor que aporta sinergia y nutrientes al crecimiento colectivo. Para llegar a la consciencia de unicidad propia y diversidad necesaria y reconocer que nacemos en la vulnerabilidad, el silencio es un medio propicio. Silencio no como mutismo o inactividad, sino como apertura y escucha desde todo el ser. Silencio como actitud de permeabilidad con la realidad de la cual formo parte. Silencio que habla de Vida. Javier Bustamante EnriquezNació en la Ciudad de México en 1973 y llegó a vivir a Catalunya en 1996. Hizo estudios de Psicología Social en la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha trabajado en la creación de textos literarios, poéticos y publicitarios, colaborando como articulista en medios digitales e impresos. Durante 26 años vivió en el antiguo monasterio Sant Jeroni de la Murtra, Badalona, colaborando en la gestión cultural y promoción de la soledad y el silencio. Actualmente colabora en un proyecto para personas sin techo en la ciudad de Badalona. También se forma continuamente en diversas disciplinas artísticas como la danza contemporánea, la encuadernación artesanal y más recientemente la cerámica. Ha publicado diversos poemarios y todo su trabajo literario lo recoge en la web: www.javierbustamante.info

Desvelos por la Paz

Escribía el filósofo J. M. Esquirol que, en ocasiones, la solidaridad es una suerte de desvelo, la más saludable de las caras del insomnio, la “de no poder salir de la vigilia, de no poder dormirse, de no poder abandonarse a la inconsciencia”. Este es el desvelo que ha mantenido a muchas mujeres en estado de alerta para incidir en bien de sus sociedades, para trabajar en bien de la paz. Trabajo que ha sido reconocido internacionalmente con galardones de gran prestigio. En estas mujeres convive la formación con la astucia y la creatividad. Toda una tradición de vida al margen de los cauces institucionales ha agudizado, sin duda, la generación de vías alternativas para luchar por las cosas que han considerado necesarias o importantes. Y ello sostenido, fundamentalmente, por una tenacidad a prueba de cualquier intento de desaliento o desacreditación: quien ha crecido fuera de los baremos del reconocimiento, se sostiene sin que la falta de apoyo merme lo más mínimo el empeño decidido por mantenerse en la brega. En el caso del Nobel de la Paz, ha recaído sobre mujeres en varias ocasiones desde que Bertha von Suttner lo recibiera en 1905. Su texto «Abajo las armas» (Die Warfen nieder) se convirtió en un acicate para la sociedad de su tiempo: urgía describir con realismo qué es lo que la guerra genera y cuáles eran los ingredientes sociales que, en su opinión, actuaban como cómplices de esa lógica perversa que llevaba a resolver los conflictos a través de la guerra en lugar de hacerlo con el uso de la palabra. Hace unos años, en 2003, era la jurista Shirim Ebadi quien recibía este prestigioso galardón, convirtiéndose en la primera iraní y la primera musulmana merecedora de él. Cuando Ebadi fue apartada de la judicatura con la llegada del nuevo régimen, se concentró en defender los derechos humanos de la mujer y la infancia, además de representar a disidentes y liberales perseguidos por la justicia. Es decir, su empeño es garantizar en lo posible el derecho a un juicio justo, a una defensa profesional de los ciudadanos perseguidos por su desafección al sistema imperante. Como tantas otras de estas mujeres, solo acepta el protagonismo como una contribución a la difusión del trabajo que se está llevando a cabo a favor de la justicia. El convencimiento de Ebadi es que la transformación ha de producirse desde dentro, por eso hay que vertebrar una sociedad civil que no permita a los gobiernos que lleven a la guerra a sus gentes. Por ello claramente se posiciona en que lo invertido en guerra, se invierta en estimular a los movimientos sociales para que sean ellos los que pasen a deponer pacíficamente a los gobiernos dictatoriales. Y, sin ir más lejos, recordemos que el Nobel de la Paz de 2011 ha sido adjudicado a tres mujeres, de largo recorrido activista en bien de la paz y la reconciliación. Se reconoce su lucha por las mujeres, cierto, pero el beneficio de esa tarea redunda en bien de todos por igual. Son agentes del cambio social y político de sus países. El primer ministro noruego afirmó tras hacerse público el nombre de las tres galardonadas, que se trataba de “un tributo a todas las mujeres del mundo y a su papel en los procesos de paz y de reconciliación.” Procedente del ámbito de la economía, Ellen Johnson-Sirleaf se convirtió, al ganar las elecciones de Liberia en 2005, en la primera mujer africana que accedía a la presidencia de un gobierno estatal por vía democrática. Asumió un país roto y dividido por la guerra civil y prometió ser implacable con la corrupción. Poco antes de que esta mujer llegara al gobierno, había tenido lugar una singular campaña encabezada por la activista Leymah Gbowee, asistente social y miembro de la Red de mujeres por la paz y la seguridad en África. Una huelga de sexo fue secundada por mujeres de distintas etnias y religiones con un solo fin: detener la segunda guerra civil que desangraba a ese país, cosa que lograron en 2003. Esa fue, tal vez, la más pintoresca de las iniciativas, pero no fue menor la decisión de poner barricadas en las puertas donde los hombres estaban a punto de romper las conversaciones que tenían que llevar a un acuerdo de paz: no les dejarían salir de allí sin un acuerdo firme para terminar con la guerra. La tríada reconocida en 2011 se completa con la periodista y política yemení, Tawakkul Kerman, que forma parte de la oposición activa al régimen dictatorial vigente desde hace treinta años en la persona de Saleh. Dada la vinculación de Kerman con el grupo de Mujeres Periodistas sin Cadenas, se considera que con su premio se respalda también a los jóvenes blogueros que han sido partícipes fundamentales de las primaveras árabes de 2011. Ella misma se apresuró a dedicar el Premio a todos los jóvenes y mujeres de las revoluciones pacíficas que han estado teniendo lugar en varios países africanos, considerando que el Nobel es una victoria para su revolución. El derecho de la persona a la vida y con él la posibilidad de consecución de la felicidad es lo que tantas mujeres a lo largo de la historia han defendido y promovido con su trabajo en áreas de la vida personal, familiar, social y política, aun cuando para hacerlo hayan tenido que desmarcarse de los roles adjudicados. Estas mujeres, en uso de su libertad, se han adherido y entregado a lo que, como ya decía von Suttler es la mejor de las causas posibles: la del pacifismo, entendiendo que la paz es condición de posibilidad para el desarrollo de una vida plena. Quizá por esa especial sensibilidad, no sea extraño que, dentro de la amplia minoría que suponen las mujeres premiadas con un Nobel con respecto de los varones (algo así como un 5%), sea en la categoría de la Paz donde mayoritariamente han sido reconocidas. Hay quien apunta que es la natural configuración biológica de la mujer preparada para la gestación y la atención de los recién nacidos, lo que hace que el trabajo por la paz de tantas mujeres

¿Que es cuidar?

Este video del Proyecto #perspectivas es una propuesta audiovisual que tiene por objetivo conocer los variados significados que otorgan las personas a ciertas nociones, palabras o ideas según el lugar y el momento que les toca vivir, especialmente cuando una enfermedad forma parte de su historia.

Cómo usar la comunicación no violenta en tu vida.

Cuidar nuestro lenguaje verbal o no-verbal es importante. En esta entrevista la psicóloga Pilar de la Torre habla de la Comunicación no Violenta: ¿Cómo expresar un límite o una opinión diferente sin provocar malestar en el otro?

Tiempo de cuidados. Otra forma de estar en el mundo

En una conferencia, parte de un curso organizado en junio 2022 por la Fundación Pablo VI, la filósofa Victoria Camps, expone que el cuidado debe convertirse en un derecho universal que debe conllevar un deber universal. Un deber que debe recaer no sólo en las mujeres o en las familias, sino que también necesita un soporte por parte de los gobiernos, las políticas públicas y la empresa privada. El desarrollo de un sistema nacional de cuidados tiene que ser mucho más que una cartera de servicios públicos. Es ir hacia una democracia cuidadora que entraña una forma de comportarse y de estar en el mundo, yendo hacia a una «democracia cuidadora».

Si alguna vez olvido…

Si alguna vez olvido quien soy…Dile a la luna llena que necesito verla…Y a las estrellas que vigilen, que no me apague…Recuérdame cada intento…Para que recuerde que fui capaz…Enséñame montañas, sonrisas y nubes…Y dime que me esperan…Tararéame bajito y balancea mi cinturapara que la música regrese a mis pulmones…Susúrrame un «te quiero»para que mi corazón recuerde lo que es latir…Dime que los sueños son más reales que la realidady que me esperas allí para demostrármelo…Tráeme lluvias y tormentas para poder resguardarme en casa…Inventa fantasías que hagan temblar mi piel…Abre puertas que resuciten mi alma y me devuelvan la fe…Átame a tu abrazo y no me dejes escapar…Mírame a los ojos para que los tuyos griten mi nombrey me reconozca de nuevo…Y hazme saber que el amanecer no amanece sin mi despertar…Si alguna vez olvido quien soy…Por favor…No lo olvides tu…” Fuente: Campaña chilena sobre el Alzheimer

Hacia una cultura de los cuidados

Hoy, las personas mayores (65 años o más) constituyen el grupo de edad que crece más rápido en el mundo. Según la ONU, globalmente y por primera vez en 2018, las personas mayores superaron en número a la de los niños menores de 5 años, y para 2050 el número de personas mayores superará al de adolescentes y jóvenes (entre los 15 y los 24 años). Algunas regiones, como Europa y Asia Oriental, ya se enfrentan a un reto considerable a la hora de apoyar y atender a esas personas. A medida que la esperanza de vida sigue aumentando, puede que el papel de las personas mayores en las sociedades y las economías sea más importante. Debemos adaptar los sistemas de educación, atención sanitaria y protección social para proporcionar una red de protección social a este grupo etario cada vez mayor. Los modelos de cuidados han ido evolucionando desde una atención centrada en el seno de la familia, en la que las personas cuidadoras principalmente eran mujeres, a una socialización de los cuidados en la que la institucionalización es el recurso más habitual ante la pérdida de autonomía de una parte y la dificultad del entorno familiar para compatibilizar la atención y cuidados necesarios, con otras realidades familiares o profesionales.  En un estudio realizado hace unos años por el Programa de mayores de la Obra Social de la Caixa, se concluía que la mitad de los ancianos encuestados expresaban el deseo de continuar en su domicilio en el caso de requerir cuidados.  Además, es elocuente la experiencia vivida durante la pandemia de coronavirus en tantas residencias de ancianos, donde la concentración en el mismo lugar de tantas personas frágiles y la dificultad para atenderlas por falta de medios humanos y materiales, generó situaciones muy difíciles de gestionar, a pesar de la abnegación y el buen hacer de muchos profesionales dedicados a la asistencia.  Este nuevo escenario ha hecho más visibles las carencias en el modelo de cuidados y el grave problema de salud pública que supone. Parece necesario y deseable avanzar en una reflexión que configure un nuevo paradigma en el modo de convivir entre las distintas generaciones, dando prioridad a los más vulnerables. Posiblemente se trate de un giro copernicano, que como en el caso de aquellos descubrimientos científicos de Copérnico revolucionaron el modo de entender los movimientos de los astros en el siglo XIV, en nuestro tiempo los acontecimientos vividos nos proponen un cambio en la mirada, tomarse tiempo para identificar las inercias que hasta ahora nos han guiado y reconsiderar los nuevos caminos a transitar.   Entender que la experiencia de los cuidados se desarrolla en un contexto de interdependencia, de realidad compartida en la que, por ambas partes, personas que precisan cuidados y personas que cuidan, se ha de replantear la autonomía y el devenir cotidiano de cada una de ellas y de todas en su conjunto.  Un salto cualitativo hacia la cultura del cuidado Se necesita un giro copernicano a partir de una mirada innovadora en la gestión del tiempo, de los espacios, de los estilos de vida. Veamos por ejemplo cómo: Necesitamos avanzar hacia una cultura de los cuidados, comenzando desde la infancia en las familias y en los centros educativos; promover el acercamiento intergeneracional que permita entender nuestra vejez, a la que posiblemente llegaremos. Promover más visibilidad en los medios de iniciativas que acerquen y permitan conocer mejor la diversidad contenida en esta etapa vital y los valores que ofrece.  La vejez es nuestra vejez, la de cada persona que ya llevamos dentro el anciano o anciana que posiblemente llegaremos a ser. Reconozcamos el giro copernicano para caminar hacia una sociedad en donde nadie sobra; todos sumamos.  Remedios ORTIZ JURADO Fuente: https://www.revistare.com/2022/04/hacia-una-cultura-de-los-cuidados/

Interculturalidad no es comodidad

Lo irreversible del proceso de interculturalidad que vivimos se hace naturalidad en la vida de los jóvenes Afortunadamente la lengua está viva y seguimos creando conceptos a la par con nuestros cambios. Unas veces conviven palabras antiguas y conceptos nuevos con bastante soltura; otras, los sonidos resultan extraños y obsoletos. Por ejemplo, éste parece ser el caso de la indulgencia, concepto vigente al que conviene apelar a pesar de la reticencia que produce el sonido de la palabra. Y como ésta, muchas palabras más. En cambio, un concepto bastante nuevo, como es el de interculturalidad, combina bien con un sonido familiar a nuestros oídos, la palabra cultura. La interculturalidad es algo nuevo y que se renueva constantemente, porque se trata de la convivencia activa, de construir algo con lo que yo tengo y lo que tú tienes. Hoy, cuando las fronteras tienden a desaparecer y en vez de devaluarse la moneda nacional lo hace el petróleo, la interculturalidad es lo más normal del mundo. Por ejemplo, Occidente convive con el mundo árabe-musulmán; y los pueblos andinos, por su parte, habitan las costas hablando en una mezcla que conjuga los idiomas de las costas con los de la región andina, al tiempo que degustan sus propios platos junto con la «comida chatarra». La interculturalidad no tiene nada de comodidad, y no por ello es mala o fea (conceptos que están en cuarentena porque ya nada es tan absoluto). Convivir codo a codo con culturas, costumbres, convicciones muy diversas obliga a tomar partido. La tolerancia —concepto que hace menos de una década estuvo sobre el tapete—, hoy no sirve. Recordemos que tolerancia es sinónimo de soportar, ni siquiera es respetar; solamente soportar la existencia de algo que no me gusta. La tolerancia hoy por hoy es breve y transitoria, porque por obligación hay que tomar partido: o me inculturizo (me adapto y comparto cosas) o vivo contra el mundo que me resulta adverso, porque no me adapto a él (pero eso, por el momento, es una enfermedad, o varias). Antes —no hace mucho tiempo— los niños casi no contaban en las decisiones de los adultos; ellos tenían que aprender a adaptarse (a veces sobrevivir) a las decisiones —o a las no-decisiones— de los adultos; decisiones que configuraban el entorno en el que vivían. Sin embargo, hoy, los jóvenes toman parte en las decisiones y nos dan grandes lecciones. Su capacidad de aprendizaje y su poco aferramiento a las costumbres hacen que se den pasos en la convivencia intercultural que nos empujan a tener que sonreír al vecino: ¿cómo no hacerlo, si mi hijo se da besos con su hija? Pero el camino es largo: la dosis de profundidad para entender un beso requiere de muchos pasos previos, de respeto, de lectura, de observación y de silencio. Por eso, la inculturalidad —que también es un negocio, que responde a injusticias que obligan a las personas a irse de sus lugares de origen—, es, por sobre todas las cosas, un ejercicio de la libertad. Somos tan libres que podemos desarrollar nuestra propia vida con todo lo que el otro me muestra de la suya y eso, además, es profundamente bello. Elisabet JUANOLA Fuente: https://www.revistare.com/2018/12/interculturalidad-no-es-comodidad/

Pasará

Ana Bolívar nació el 8 de enero de 1994 en Bogotá(Colombia). Realizó estudios en Producción Musical en la Universidad de los Andes y se dedica a componer canciones, algunas sobre distintos aspectos de la vida y de la fe. Ha participado en el ministerio de música y canto “Kirios”. Y con la canción “Pasará”,durante la pandemia del Covid-19, nos invitaba a reconocer nuestra fragilidad y a quedarnos en casa.

La interioridad como jardín

Estar con uno mismo es inevitable, aunque a veces quisiéramos huir o aturdirnos por no entrar en este microclima que llamamos interioridad cuando lo encontramos oscuro, desordenado, confuso, dominado por la tristeza, el mal humor, la agresividad, la indiferencia. En estas ocasiones los demás suelen darse cuenta y huyen para no contagiarse de esta negatividad. «Hay que cultivar en uno mismo actitudes sanadoras como la benevolencia, la paz y el perdón.» ¿Cómo evitar estas caídas, esta negrura a veces intensa, que nos tiñe por dentro y se trasluce hacia afuera? La imagen que me viene a la mente es la de un jardín interior. Un espacio que debemos cuidar y mantener bonito, limpio, acogedor. Aireado y libre, pero a la vez bastante cultivado. Aunque no está a la vista de los demás, ellos perciben de algún modo su estado. Para cultivarlo y embellecerlo, es necesario en primer lugar detectar su situación actual. Si hay preocupaciones e inquietudes, preguntarse por qué; en otras palabras, realizar un tipo de diagnóstico básico para poder orientarse sobre qué hacer. La inquietud, la tristeza, el desencanto y la frustración suelen ser compañeros de camino en la vida cotidiana, pero no conviene instalarse en ellas como estado permanente porque son muy destructivas. De ahí el estrés, el desgaste, las enfermedades psicosomáticas. Y porque en realidad, ante las mismas circunstancias, podemos situarnos de otra forma para modificar precisamente este clima interior. Cambiar la mirada y las claves de lectura, bajar unas líneas en la exigencia con nosotros mismos y en la expectativa hacia los demás, son actitudes que actúan como luz matizada y agua para el jardín reseco por el sol del perfeccionismo. Seamos sinceros con nosotros mismos para detectar las fuentes de este desencanto y afrontarlas, buscando posibles salidas, enfoques diferentes que nos ayuden a soportar de otro modo una situación, solicitando a alguna persona de confianza el diálogo que nos enfoque de nuevo la situación buscando oportunidades de crecimiento. En segundo lugar, pienso que hay que cultivar en uno mismo actitudes sanadoras como la benevolencia, la paz y el perdón, indispensables para cambiar este clima interior. Cuando uno sobrecarga su mente y su corazón con resentimientos, odios, deseos de venganza, va marchitando la vida por dentro. Es necesario curar. No porque cambien las circunstancias, sino porque uno las asume de una forma nueva y decide sacar de su interior las malas hierbas que ahogan las flores y hortalizas. Sinceramente no soy partidaria de lo que se ha banalizado como «psicología positiva» cuando se reduce a repetir infantilmente frases que nos ilusionen con situaciones irreales: «yo lo puedo todo», «no tengo límites». No suele ser así. Está claro que tenemos límites. Pero lo que puedo, eso sí que debo hacerlo. Lo que está en mi mano es mi responsabilidad. ¡Adelante entonces! Me parece que el auténtico cultivo de una interioridad sana debe basarse en lo que realmente somos y vivimos, sin infantilismos ni vanas ilusiones que serían como flores de plástico en un jardín vivo. Para cultivar vegetación auténtica, debemos buscar y aprovechar, en toda circunstancia, las oportunidades reales que siempre existen. «Un espacio que debemos cuidar y mantener bonito, limpio, acogedor. Aireado y libre, pero a la vez bastante cultivado.» Recurrir por supuesto a la espiritualidad personal, a lo que creemos, es un recurso vital aunque no todas las personas lo tienen. La ayuda del elevado, o la vivencia que se tiene de no estar solos, son elementos muy importantes para recrear un ecosistema vivo dentro de uno mismo; al fin y al cabo no nos dimos nosotros la vida, y abrirse a ese «alguien» que nos la sigue dando, puede ser clave para ajardinar nuestro interior. La gratitud hacia este Ser, o hacia el universo y la materia, por la vida recibida, es un elemento básico de este proceso de saneamiento interior. Es como hundir las raíces en una tierra rica en minerales y nutrientes para que las plantas crezcan sanas y fuertes. Por último, paladeemos el momento presente. Con lo poco o mucho que se tenga, estar vivos es fuente de una gran alegría. Saborear la vida en sí misma produce entusiasmo y facilita la empatía. Como el abono, la plena conciencia de presente transforma nuestra interioridad, que poco a poco será un remanso de paz donde descansar por las noches, o dónde entrar cuando estamos en soledad y silencio. ¡E incluso podremos ofrecer a los demás los frutos de la paz y el sosiego! Leticia SOBERÓN MAINEROPsicóloga. Doctora en comunicación, España Fuente: https://www.revistare.com/2022/12/la-interioridad-como-jardin/

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