
Cuando llega el invierno, los árboles comienzan a desnudarse en silencio. Sus hojas caen poco a poco, siguiendo el ritmo sereno de la naturaleza. Resulta interesante comprender las causas de este fenómeno. En otoño y en invierno hay menos horas de luz y, cuando las hojas ya no pueden realizar suficiente fotosíntesis, el árbol deja de sostenerlas. Entonces se desprende de ellas formando una capa especial en la base de la hoja, llamada zona de abscisión, que interrumpe el paso de nutrientes y permite que la hoja se seque y caiga.
De este modo, el árbol se aligera. Ahorra energía, se resguarda del frío y evita que el peso de la nieve quiebre sus ramas. La caída de las hojas no es una pérdida, sino un acto de cuidado: una manera de protegerse, de resistir y de atravesar lo difícil para volver a florecer. Es, en esencia, un mecanismo de defensa y sabiduría natural.
Al observarlos, no puedo evitar preguntarme: ¿qué hacemos los seres humanos cuando llega nuestro propio invierno? Tal vez también nosotros necesitamos soltar. Desprendernos de lo que pesa, de lo que ya no nos nutre, y reunir nuestra energía en lo verdaderamente esencial…Y así estar preparado para acoger la primavera que llegará…
Pauline Lodder