
Transcribo un artículo que me pasó un amigo (escrito por un hermano Marista). Desconocemos el nombre propio del autor; sin embargo le agradecemos su sabiduría y tino. Desde la fe cristiana, se nos invita a una fe adulta, a un cambio de mirada, a recrear la propuesta que nos hace el Evangelio, ser buenos aromas de Cristo: ‘Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta’ (cfr. Salmo 30).
Cuaresma, cuarenta días de camino, un proceso de transformación hacia una humanidad nueva. Se nos ha invitado a cada uno -desde nuestra identidad más genuina- a sacar a la luz nuestra mejor versión, reflejo de la humanidad de Cristo. Y para este paso puedo preguntarme… ¿a qué huelo? ¿qué perfume irradio?
El texto nos motiva a perfumarnos la cabeza, a ungirnos, renovarnos por dentro y por fuera con un amor sin medida, dejando atrás la muerte -mis muertes, sombras y oscuridades-, para encontrarme con Jesús Resucitado que me resucita.
Este tiempo hacia la Pascua puede ser el ahora, tiempo propicio como comenta san Pablo (cfr. 2Co.,6) para dejarse llevar con fe, esperanza y caridad; y sorprender por Aquel que condujo a Israel por el desierto hacia la tierra prometida.
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EN LA CUARESMA, ESCOJO SER «PERFUME»
No parece demasiado cristiano el rito de la ceniza. Es más un rito judío o pagano. Nos recuerda a Jeremías con sus elegías y lamentaciones. Nos recuerda al rey de Nínive, forzando la misericordia de Dios con sus ayunos, harapos y cenizas. Podríamos admitir el uso de la ceniza hasta Juan Bautista, pero más allá, no.
Cristo prefiere el ungüento y los perfumes. Lo llamamos el Ungido. Acepta para los pies el ungüento de la mujer pecadora y el perfume de María en los pies y en la cabeza. Ciertos ritos de ceniza son expresión pesimista de la conversión, apoyada con «Recuérdate, hombre…». ¿Es necesario que nos recuerden tan gráficamente la fugacidad de la vida?
“Ungidos por el Espíritu”
Tú, «cuando ayunes, perfúmate». Lo que es cristiano no es el miedo, sino la alegría. La visión cristiana de la vida es serena y esperanzada. Para un cristiano, el cuerpo es templo ungido por el Espíritu, no simple materia próxima a la descomposición.
La misma ofrenda del Cuerpo de Cristo y de todo cristiano es «perfume de suave aroma» (Ef. 5,2). Todos estamos llamados a ser «el buen olor de Cristo» (2Cor. 2,15). El perfume es más cristiano, porque alegra y cautiva. También el cristiano debe irradiar alegría y encanto.
Por eso, perfúmate. ¿No se podría pensar en un cambio de rito? Imaginaros que, siguiendo el consejo evangélico, el miércoles, inicio de cuaresma vertiéramos unas gotas de perfume a nuestras cabezas, pronunciando estas o semejantes palabras: «Recuerda, cristiano, que estás llamado a ser el buen olor de Cristo», o, «Recuerda cristiano que has sido ungido por Cristo».
Y, en consecuencia, de acuerdo con los sentimientos y actitudes de Cristo, este miércoles inicio de Cuaresma ya no se llamará miércoles de ceniza, sino miércoles de los perfumes. Es la transformación que a nuestro rito penitencial realiza quien «cambia el duelo en danzas y el sayal en traje de fiesta».
INTRODUCCIÓN
“Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara” (Mateo 6,17).
Estas palabras de Jesús, que la Liturgia nos ofrece el miércoles de ceniza, siempre me han gustado mucho, me han llegado al corazón. Son para mí como una invitación a empezar algo nuevo; cómo cuando me lavo y me perfumo al salir de casa, para emprender un día nuevo, para ir a una fiesta o encontrarme con alguien.
“Perfúmate la cabeza” me recuerda, un año más, que empieza un tiempo nuevo, que debo salir de mis rutinas y dejarme conducir y sorprender por Aquel que condujo a Israel por el desierto, hacia la tierra prometida.
Perfumate la cabeza” me suena en el orden de salida, la invitación a una aventura de cuarenta días que me renovará por dentro y por fuera, que me introducirá en la maravilla de su amor, un amor sin medida, con el que siempre he soñado; una aventura que, en sólo cuarenta días, me llevará a dejar atrás la muerte, mi muerte, ya encontrarme de cara con mi resurrección… y con Jesús, el Señor Resucitado.
ORACIÓN: ¡QUÉ BUEN OLOR QUE HACES, DIOS MÍO, QUÉ BUEN OLOR!
Por donde pasas, dejas el rastro de tus perfumes y todo huele a ti, todo huele a Dios. La Creación entera, llena de bondad y de belleza, huele a ti. Nos sentimos felices bajo tus estrellas, disfrutamos en tus bosques y arroyos, nos conmueve la luz de tus atardeceres y la inmensidad del mar.
El hombre y la mujer que Tú creaste, tienen aroma a ti. El masculino y el femenino, el vigor y la ternura, las casas bien hechas, las cosas bien hechas nos acogen, nos seducen y nos huelen a ti. ¡Dios mío, qué buen olor!, y ¡cómo huele el mal que quiere estropearlo todo!
Dios mío, ¡qué buen olor!, olor a Belén y Nazaret, olor a Cafarnaúm ya Betania, olor a hospitalidad: la creación es hospitalidad para todos. El hombre y la mujer son hospitalidad cuando evitan hacer mal olor por el egoísmo. La Iglesia es hospitalidad, hogar común de todas las naciones.
Nuestro pasado, que Tú acoges siempre, huele a tu hospitalidad. Nuestro presente, que tú siempre acompañas, huele a tu acogida silenciosa y fiel. Nuestro futuro que tú nos preparas huele a hospitalidad, de la santa y bella mesa de la Trinidad a la que todos estamos invitados, a la que todos somos conducidos, donde todos somos esperados.
El mayor pecado consiste en: no acoger al otro, despreciarlo, no servirle, no desplegar el ritual, el amor y el detalle de la hospitalidad.
En esta Cuaresma Santa, Dios mío, concédenos correr hacia Ti, atraídos por tus perfumes… y concédenos el don y el perfume de la hospitalidad de Abraham, nuestro Padre en la fe, que acogió al mismo Dios acogiendo a tres caminantes.
Te lo pedimos y nos sentimos escuchados porque Tú eres bueno y el único Amigo de la Humanidad. AMÉN