Cosas que no se olvidan es el título de una de las películas del director de cine estadounidense Todd Solondz, conocido por sus sátiras oscuras y reflexivas sobre la sociedad.
Transcribo una secuencia de la película: La escena muestra una típica familia de clase media americana dispuesta a compartir la cena. Uno de los hijos explica –para romper el ambiente de tensión que reina en la mesa, que en el instituto están estudiando el Holocausto. La madre se interesa por el tema y le pide al hijo que explique cuál es la opinión del profesor sobre el tema. El hijo explica que tienen que hacer una entrevista a algún superviviente de un campo de concentración; y pregunta a su padre si conoce alguno.
La madre salta enseguida:
–Tu abuelo es un superviviente.
–¿Cómo el abuelo? Si él vino a América.
–Bueno, vino a América huyendo de Hitler. Se salvó porque huyó. Si no hubiera huido, habría muerto en los campos de concentración, como su hermano y sus hijos.
El hijo mayor, que todavía no ha abierto la boca dice:
–¿Y él es un superviviente?
–Sí, claro… tuvo que huir.
–Superviviente habría sido el tío que fue al campo de concentración si hubiera salido con vida.
–… Tu abuelo, y nosotros… todos somos supervivientes…
Silencio. Ambiente tenso. El hijo mayor dice:
–Pero, si Hitler no hubiera perseguido a los judíos, el abuelo no hubiera huido a América, y tú no hubieras conocido a papá…
–Si no es por Hitler… ¡yo no nazco!
El padre, atónito, lo echa de la mesa:
–¡Vete! ¡Vete! ¡¡Fuera de la mesa!! (Tellingstories. Director: Todd Solondz. EEUU, 2001).
Lo miremos desde el ángulo que lo miremos, somos históricos: somos seres que, para haber empezado a ser, hemos dependido de la historia. Como apunta Alfredo Rubio, co-autor de la Carta de la Paz dirigida a la ONU, “cualquier cosa distinta de las que incidieron en nuestro origen habría ocasionado que no existiéramos”. Esta evidencia, que se nos muestra tan clara y diáfana, para el padre de este adolescente, le supone un puñetazo de tal calibre que lo único que atina a decir es: “¡Vete! ¡Fuera de la mesa!”.
Otra película, la Dama de Oro (Woman in gold. Director: Simon Curtis. UK, 2015), toca el tema de la Historia y la Memoria sobre el Holocausto a partir de los descendientes de supervivientes, aunque desde otro ángulo complementario: en este caso una anciana judía que vive en Los Ángeles reclama al estado austríaco la devolución del retrato de su tía judía Adèle Bloch-Bauer, pintado por Gustav Klimt y robado por el régimen nazi en Viena: en una escena que transcurre también en una mesa, en este caso en una mesa del proceso de mediación entre la anciana sobrina y el representante del estado austríaco, la reclamante le llega a decir al representante estatal que está dispuesta a renunciar a la propiedad del cuadro si el representante estatal reconoce el mal histórico causado a su familia y a los ciudadanos austríacos causado por el régimen nazi y las complicidades del estado austríaco con el nazismo antes y durante la segunda guerra mundial. Ante el intercambio de palabras sobre la historia y la memoria el resultado acaba siendo el mismo: ante la negativa del representante austríaco la anciana se siente expulsada de la mesa y acaba el proceso de mediación.
La Carta de la Paz dirigida a la ONU, en su punto IV, señala que «es fructuoso conocer la Historia lo más posible. Pero vemos que no podemos volverla hacia atrás. Vemos, también, que si la Historia hubiera sido distinta -mejor o peor-, el devenir habría sido diferente. Se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos». Esto no quiere insinuar en absoluto que los males desencadenados por nuestros antepasados no fueran realmente males. Los censuramos, repudiamos y no hemos de querer repetirlos. La sorpresa de existir facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros.
Si descubrimos la existencia como el mayor bien que poseemos –pues sin ella no puede darse ningún otro bien posible como la vida, el amor, la amistad, la libertad, la paz…–, y aceptamos que somos seres históricos, fruto de esta historia concreta, tal y como pasó y no otra… estaremos inmunizados contra cualquier resentimiento histórico que pudiera colarse al hacer un mal uso o abuso de la memoria [histórica]. Entonces, desearemos que nos muestren y enseñen nuestra historia de la manera más objetiva posible. La historia familiar, grupal, colectiva, nacional… los aciertos, errores, incluso las maldades y las injusticias… todo toma otro cariz cuando uno cae en la cuenta que sólo esta historia –y no otra– posibilitó mi existencia. Y, al mismo tiempo, con la certeza que no podemos cambiar los hechos históricos y centrados en el hoy podemos tomar conciencia de las potencialidades del presente: reconocer el mal causado tanto a nivel individual como del tejido social y explorar vías de reparación moral y material no cambian los hechos históricos pero pueden diluir resentimientos y cambiar creativamente el presente y, sobre todo, transformar a personas y pueblos para una convivencia más fértil y madura.
La revalorización y el reconocimiento de las personas y los colectivos aparecen como ejes claves para enfrentar juntos y transformarse juntos en la gestión –en tiempo presente– de los hechos conflictivos, violentos o dañosos del pasado, como destacan reconocidos estudiosos de conflictos y de la mediación transformativa como Bush y Folguer (Barush Bush, R.A. y Folger, J.P. La promesa de mediación: cómo afrontar el conflicto a través del fortalecimiento propio y el reconocimiento de los otros. Editorial Granica, 1993).
Hoy en día, ya nadie niega que es bueno y necesario conocer la Historia. Pero no por eso, tenemos que dejar de precavernos sobre los abusos que de ella se puedan hacer. Tzvetan Todorov, dice que estamos en una época en que los occidentales, y más concretamente los europeos, parecemos obsesionados por el culto a la memoria. Señala que, aunque hay que procurar que el recuerdo se mantenga vivo, la sacralización de la memoria es algo discutible. Debemos permanecer alerta para que nada pueda apartarnos del presente, y también para que el futuro no se nos escape de las manos (Todorov, T. Los abusos de la memoria. Paidós , 2000).
Otro autor contemporáneo, el historiador francés Jacques Le Goff, reconocido medievalista y de gran trayectoria interdisciplinar, nos recuerda que: La memoria intenta preservar el pasado sólo para que le sea útil al presente y a los tiempos venideros. Procuremos que la memoria colectiva sirva para la liberación de los hombres y no para su sometimiento (Le Goff, Jacques. (1988) Histoire et mémoire. Paris: Gallimard).
En un momento como el actual en que en tantos lugares del mundo se están desarrollando leyes para la recuperación de la memoria histórica, esta evidencia que señala la Carta de la Paz en su punto IV, es el marco por donde podemos recuperar la historia, estudiarla, profundizar en ella, pero “vacunados” de todo resentimiento histórico que nos ciegue y aparte de nuestra finalidad primordial, tal como señalan Todorof y Le Goff: el presente.
María AGUILERA / Jordi PALOU-LOVERDOS
Fuente: http://www.revistare.com/2018/12/cosas-que-no-se-olvidan/